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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Al ritmo de los ‘cañonazos’

Barranquilla, como los discos de vinilo, tiene un lado A y otro B. Juan A. Tapia analiza en su columna la ciudad de mostrar y la que buscan mantener alejada de los reflectores.

Es muy difícil, casi imposible, hallar una gran ciudad que no tenga dos caras. El Mundial de Catar, por ejemplo, dejó al descubierto los guetos de miseria de los inmigrantes que construyeron los escenarios para que Messi pudiera levantar la única copa que le faltaba, una semiesclavitud denigrante al pie de la opulencia sin límites de la capital, Doha. Barranquilla, como un vinilo o un acetato de antaño, tiene también sus lados A y B. Pero el discurso grandilocuente del grupo político dominante y su gasto publicitario han conseguido que sólo “peguen” los temas de una cara del disco.

Las demás canciones, algunas de estas verdaderas joyas, como suele ocurrir con la música salsa, son “descubiertas” después de años, décadas incluso, por melómanos o dueños de estaderos que las ponen a sonar para sorpresa de un público que no puede creer que en su momento hayan pasado desapercibidas. Es lo que sucede con el reducido grupo de periodistas y veedores ciudadanos que se ha dado a la tarea de escudriñar en el lado B y rescatar piezas de colección.

Para seguir con la metáfora musical, esta semana son éxitos mediáticos la inminente inauguración del faro de cristal de Puerto Colombia (forma parte del Área Metropolitana y con total certeza revitalizará la economía del municipio) y el premio al alcalde Pumarejo como líder mundial por impulsar una Barranquilla sostenible, pero poco suenan temas de igual o mayor interés como las obras sin terminar de la calle 30, la Cordialidad y la Circunvalar, el endeudamiento extremo del Distrito y la falta de iluminación para Navidad.

Si el lado A tiene al ecoparque Mallorquín como el “clásico” para recordar los cuatro años de la administración actual, en las calles el sonsonete incómodo que ha liderado todas las listas es el de la inseguridad. A pesar de la inversión publicitaria para poner a cantar ‘Karakalí’, la criminalidad rampante no le dio el gusto al alcalde de convertir en un hit su río-bus para conectar la ciudad con los municipios ribereños del Atlántico, transporte del que todavía no se sabe muy bien cómo ni cuándo funciona.

Por eso ya están casi listos los arreglos del “cañonazo” de fin de año para despedir a Pumarejo: el primer viaje del tren turístico de Las Flores, que permitirá llegar a la renovada playa de Puerto Mocho, obras con las que busca consagrarse como el compositor de la biodiverciudad.

El pentagrama local cambiará de ritmo a partir del primero de enero para dar paso no ya a un sencillo, sino a un álbum completo que irá hasta 2027: los Juegos Panamericanos. Mientras sube a tarima el nuevo director de orquesta, eventos como la Asamblea de Usuarios de Servicios Públicos, organizado por la politóloga Karol Solís Menco, entonan el viejo estribillo de una problemática que desangra no solo a los ciudadanos del lado B, también a los que bailan los muy promocionados temas del A, como esa cancioncita pegajosa y en boca de todos, llamada “competitividad”.

El lado A, de mayor impacto visual, porque no hay que olvidar que la música ahora se ve más de lo que se escucha, tiene un marco geográfico reducido en comparación con el B. Comienza en los límites con Puerto Colombia y termina, con un muro invisible, en la calle 72 con carrera 38. Hacia arriba, la ciudad de mostrar, a la que no pocos se refieren con el apelativo ridículo de “Quillami”; hacia abajo, la que lucha por cruzar a ese primer mundo soñado de restaurantes, barberías, cafés y concesionarios de autos importados. Es el mismo disco de acetato, con unas canciones que incitan a bailar y otras a reflexionar.

@jutaca30

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