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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Junior y política, fin de una discusión

Las constantes referencias al equipo de fútbol de Barranquilla por parte del candidato Alejandro Char confirman su uso como herramienta política. En su columna, Juan A. Tapia analiza su impacto en materia de imagen y prestigio.

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De todos los debates irrelevantes que polarizan la opinión de los barranquilleros y que hacen arder las redes sociales como chispa en gasolina, el de la instrumentalización del Junior por parte de la familia Char para favorecer sus intereses políticos gana por goleada. Por fortuna el propio Alejandro Char, quien este 29 de octubre será elegido alcalde de la ciudad por tercera ocasión, zanjó cualquier duda al respecto durante su discurso de respaldo a la candidatura de Eduardo Verano a la gobernación del Atlántico, ya que solo le faltó ponerse la camiseta rojiblanca y besar el escudo.

Char hizo un repaso de los campeonatos que conquistó el equipo en sus dos períodos como alcalde (2008-2011 y 2016-2019), que coincidieron con los de Verano en la Gobernación. “Entre Eduardo y mi persona hay siete títulos en ocho años”, dijo en la tarima instalada en el Hotel El Prado, en medio del delirio de las bases de Cambio Radical y el Partido Liberal, antes de soltar una pulla: “Nosotros no somos salaos”.

De inmediato, para no dejar caer la euforia colectiva, el patriarca Fuad Char, mandamás del Junior, le arrebató el micrófono a su hijo para comparar la dupla que conformaron los jugadores Teófilo Gutiérrez y Yimmi Chará, conocida como ‘Chateo’, con la llave Char y Verano, a la que bautizó ‘Chaverano’.

El debate es irrelevante, insisto, porque carece de sentido plantearlo. Por supuesto que el Junior es usado como herramienta política, y serían ingenuos los Char si no lo hicieran. No son los primeros en sacar provecho de las fibras emocionales que mueve el fútbol ni serán los últimos.

Basta con recordar a Silvio Berlusconi, dueño del Milán, y a Mauricio Macri, de Boca Juniors, quienes llegaron a presidentes de Italia y Argentina impulsados por su popularidad como dirigentes deportivos. El ahora exalcalde Daniel Quintero, en la otra orilla política de los Char, intentó a comienzos de año llevar al jugador Juan Fernando Quintero al Deportivo Independiente Medellín con dineros públicos, pero los directivos del Junior se le adelantaron.

La polémica debería centrarse en si es correcto utilizar un vínculo sentimental que viene de cuna, como el de los barranquilleros con el Junior, para manipular a los electores con la posibilidad de contratar futbolistas que mejoren el nivel del equipo.

En busca de una respuesta, lo primero es tener claro que los clubes de fútbol son empresas privadas. Lo de “Junior de Barranquilla” es un eufemismo, el Junior es de los Char y, como propietarios legítimos, pueden hacer con él lo que les dé la gana. Si mañana deciden cerrarlo y quedarse con la razón social, el equipo que en el futuro represente a la ciudad no podrá llevar ese nombre.

Nada le impide a Alejandro Char obtener beneficio reputacional de una de sus empresas. Podría bajar el precio de la carne en sus supertiendas el mismo día de las elecciones o de las medicinas en su cadena de droguerías, que los entes de control no tendrían cómo empapelarlo. Bien distinto a los comentarios cada vez más frecuentes sobre coacción a sus empleados para pronunciarse a su favor en las urnas, lo que sí configuraría un delito.

El candidato de Cambio Radical no tiene la culpa del éxito de su familia en los negocios. De que ninguno de sus contendientes posea almacenes de grandes superficies, bancos, medios de comunicación y, mucho menos, un equipo de fútbol. Quizá haya reparos de tipo ético a la preponderancia del Junior en una ciudad que clama soluciones para la inseguridad, los servicios públicos, la movilidad, el cambio climático, la cultura y varios temas más, pero ya sabemos que los dirigentes políticos no sufren de esos dilemas.

El impacto de la instrumentalización del Junior no se mide en votos, sino en prestigio. Los Char han atado su apellido a uno de los símbolos de la ciudad, por eso la ecuación no es tan sencilla como sumar o restar, y el ejemplo salta a la vista en la actual campaña por la Alcaldía, en la que Álex aplasta a sus rivales mientras los ‘tiburones’ naufragan en la tabla de posiciones. Sin embargo, el mal rendimiento del equipo constituye también una oportunidad, una ni mandada a hacer para un político profesional: la de ilusionar.

@jutaca30

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