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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] La herida de Rebolo

La construcción del Malecón del Suroriente es una deuda histórica con los habitantes de una zona abandonada a su suerte. Pero debe ir acompañada de la restitución de la seguridad o quedará a merced de la extorsión y el microtráfico, plantea Juan A. Tapia en su columna.

Rebolo, corazón de la Barranquilla escondida bajo el tapete de la publicidad oficial, fue noticia en la misma semana por la adjudicación de la primera etapa del Malecón del Suroriente, la megaobra convertida en el estandarte de la tercera administración del alcalde Alejandro Char, y por la muerte a tiros de dos hombres y una mujer en uno más de los casos de sicariato que desangran las zonas de la ciudad que no están iluminadas por los reflectores.

Es un territorio en disputa, y no de manera exclusiva por las bandas criminales, ahora también por la realidad y la ficción. Desde la posesión de Char, el 29 de diciembre de 2023, cuando sus calles fueron invadidas por turistas provenientes de la Barranquilla soñada, la de ese cuadrante dorado que algunos llaman “Quillami”, el anhelo de ser merecedores de un poco de ese bienestar trasnocha a sus habitantes. El alcalde prometió una transformación urbana a partir del Malecón, lo que para este barrio representa el choque de dos mundos.

Cuando las diferencias entre la ciudad imaginada y la real son tan profundas como en Rebolo y la zona de influencia del arroyo sobre el que será construido el Malecón, que incluye los barrios La Luz, Los Trupillos, Boyacá, La Chinita, Las Nieves, Montes y San Roque, el mayor peligro no es la colisión, sino que ambos mundos terminen por fusionarse: una supernova al servicio de la criminalidad bajo el amparo o la ineficacia de las autoridades.

La restitución de la seguridad en la localidad Suroriente debe ir paralela a las etapas de entrega de la obra. De lo contrario coexistirán dos malecones y no hace falta explicar cuál de ellos terminará por absorber al otro: el soñado, semejante a la representación gráfica digital publicitada por la Alcaldía, donde miles de ciudadanos disfrutarán los beneficios de un parque lineal cuya primera fase, la losa de 1.3 kilómetros que cubrirá el arroyo, acaba de ser adjudicada por $92.664 millones; o el concreto, en el que centenares de comerciantes vivirán acorralados por extorsionistas y jíbaros que aumentarán sus ganancias debido a su control del entorno.

Ningún problema es más urgente para los 325.000 habitantes de esta localidad que detener a las organizaciones delincuenciales que asfixian a los comerciantes y a casi cualquier ciudadano que sobreviva de manera honrada, desde asalariados hasta prostitutas, y que seducen a los jóvenes con armas, protección y dinero fácil. Es imposible pensar en transformación urbana verdadera, como la anunciada por Char, bajo estas condiciones.

Cerca de culminar su tercer mes de gobierno, el alcalde aprueba con honores las materias de infraestructura y economía. Son su fuerte, lo han sido históricamente: conseguir plata, aun a costa de endeudar más a la ciudad, como con los 3 billones de pesos aprobados por el Concejo, y construir desde el primer día hasta el último de su mandato, ya sea tapar un hueco con una capa de cemento o vaciar una losa gigante como la que sellará para siempre el arroyo de Rebolo.

La inseguridad es la otra cara de la moneda: el día de su posesión, Char dijo sentirse orgulloso de haber contratado “a un Chará y un Cantillo” —refuerzos estelares de Junior— para combatir el crimen organizado, en alusión a los generales retirados Julio González y Mariano Botero Coy. Ochenta días después, el único gran logro de su administración ha sido quitarle a la Gobernación del Atlántico el manejo de los $78.000 millones de la tasa de seguridad.

La extorsión no para, es más, sube de estrato; los atracos han obligado a restaurantes y otros comercios a cerrar sus terrazas; y los homicidios, que un fin de semana cualquiera pueden superar la docena, son el indicador macabro de la guerra que libran para quedarse con las rentas de la extorsión y el tráfico de droga Los Costeños, el Clan del Golfo, Los Rastrojos Costeños, Los Pepes y bandas emergentes.

Sanar “la herida del arroyo de Rebolo” es la figura retórica que ha usado el alcalde para referirse al Malecón. Pero mientras las bandas criminales continúen al mando del barrio, y las autoridades no extirpen el tumor maligno de la extorsión, por mucho cemento que caiga sobre la canalización que va desde la calle 30 hasta el Caño de la Auyama, la megaobra del tercer periodo de Alejandro Char no pasará de ser una cicatriz.

@jutaca30

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