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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Máscaras

Detrás de la campaña para recuperar la sede de los Panamericanos se esconde una batalla política que nada tiene que ver con el beneficio para Barranquilla ni el país. En su columna, Juan A. Tapia analiza los egos, mezquindades e intereses personales en juego.

La diplomacia es un baile de máscaras, cubrir la cara para no revelar motivaciones ni objetivos, pero sin dejar de moverse al ritmo de los acontecimientos.

Dio una clase magistral frente a las cámaras el alcalde de Barranquilla, Alejandro Char, al no arrojarle agua sucia al presidente Gustavo Petro tras recibir la noticia de que Panam Sports había retirado la sede de los Juegos Panamericanos 2027 a esta ciudad, y correspondió al gesto el jefe del Estado al convocarlo a una reunión a Palacio con Laura Sarabia —este martes— para salvar las justas.

Ninguno quiere tragarse el sapo de darle al otro la oportunidad de cantar victoria. Para Char perder definitivamente los Juegos significaría quedarse, a pocos días de comenzado su cuatrienio, sin su mayor propósito de gobierno. Los Panamericanos iban a darle sentido a su mandato, a servir de parachoques contra la inseguridad, las tarifas desproporcionadas de los servicios públicos, los escándalos de contratación que -en su caso- nunca faltan y los eventuales enredos judiciales derivados de la asunción de una fiscal general cercana a Petro.

Los Juegos eran —¿son?, ¿volverán a ser?— la joya de la corona de su tercera administración.

Sin los Juegos, y el chorro de dinero que demandan en inversión —para los de Santiago 2023 el estimado fue de casi 800 millones de dólares—, los problemas de liquidez del Distrito serán más notorios y los reflectores de los colectivos ciudadanos y la prensa crítica —que la hay— apuntarán al responsable de haber empeñado la ciudad. Sorprende lo mucho que cuesta construir una imagen y lo fácil que resulta perderla, de lo que puede dar testimonio el otro protagonista de este baile de máscaras: el presidente Petro.

Imaginemos la felicidad de tener que firmarle un cheque en blanco a uno de sus mayores enemigos para que organice una fiesta multitudinaria en la que él —Petro terminará su mandato un año antes de la inauguración de los Juegos— no estará presente. ¿Mezquindad? Por supuesto. ¿Y qué otra cosa es la política en Colombia?

Así que en la reunión de Palacio se verán las caras un Presidente que nunca le dio prioridad al evento y no quiere entregar el dinero para su realización, pero que es consciente de que debe manejar el tema con pinzas so pena de perder la poca favorabilidad que le queda, y un alcalde que depende de su rival para darle una bandera a su gestión.

De la reunión saldrá un documento de compromiso dirigido a Panam, quizá una declaración conjunta para la prensa, pero ninguno dejará de usar su máscara. A Char le tocará convencer por su cuenta a la dirigencia de los comités olímpicos nacionales de América, y Petro hará votos en secreto para que el ente internacional mantenga su decisión de quitarle la sede a Barranquilla. Sería el mejor de los escenarios para el presidente, y el costo, tan pequeño como un fusible: la cabeza de la ministra del Deporte, Astrid Bibiana Rodríguez.

Si Char, en cambio, logra salirse con la suya y Panam vuelve atrás, Petro hará lo imposible por segmentar los Juegos hasta darles carácter regional o incluso nacional, de manera que la capital atlanticense reciba la menor cantidad de recursos de la Nación. Es su plan B, y lo dejó claro con esa carta extemporánea enviada a la organización en la que pide reconsiderar su posición respecto a la sede, pero no menciona por ningún lado a Barranquilla.

El resto no es más que la música de fondo para este baile: la proyección de la ciudad como capital colombiana de grandes eventos, el impulso a su economía, la generación de empleo, el apoyo a los deportistas, argumentos que dan forma a la narrativa de la Alcaldía para recuperar la sede.

Y por la contraparte, que tiene como voceros a los escuderos del presidente —salvo Agmeth Escaf, que quedó como la mortadela del sándwich—, el uso del dinero para los programas sociales del cambio y para la construcción —¡ni más faltaba!— de carreteras, hospitales y escuelas. Motivos loables todos, pero que son usados para disfrazar los egos, los intereses personales, la sed de poder y la mezquindad que hay detrás de los Juegos.

@jutaca30

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