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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] La moral de la papaya

Desde el robo de un celular hasta los grandes casos de corrupción, la condescendencia con los delincuentes prima en la sociedad. En su columna, Juan A. Tapia analiza el respaldo tácito y explícito a políticos condenados y al pago de sobornos.

El vivo vive del bobo, no dar papaya y la ocasión hace al ladrón son referencias de comportamiento asimiladas desde la niñez en Colombia, donde el castigo social muchas veces es mayor para la persona que por inocencia o descuido facilita la ejecución de un acto delictivo —es decir, la víctima— que para el delincuente mismo.

Sábado 8 de julio de 2023, 6:00 p.m. El estadio Metropolitano ruge para despedir al arquero de Junior, Sebastián Viera. Postrado en una silla, mientras la multitud delira con lo que ocurre en el campo, no paro de recriminarme por mi proceder: acaban de robarme el celular y ha sido mi culpa.

Si no hubiera bebido tantas cervezas, si no hubiera tenido que ir al baño, si no hubiera llevado el teléfono en el bolsillo delantero del pantalón, sino dentro del bóxer, como me recomendaron; si no hubiera ido a ese homenaje con otras 45.000 personas, si no hubiera preferido verlo en vivo en vez de por televisión, si no hubiera, si no hubiera.

El ladrón que se llevó mi celular solo es alguien a quien se le presentó la oportunidad inmejorable de hacerse con una propiedad, no importa si ajena; de ganarse un dinero extra. Prácticamente carece de responsabilidad por mi pérdida, el culpable soy yo, por imbécil, por no cumplir con el undécimo mandamiento, como lo llaman en mi país. Todos saben cuál es.

Pienso en Heráclito y su lucha de las fuerzas contrarias, en entender la salud a partir de su lazo inquebrantable con la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, la luz y la oscuridad. “Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”, enseñaba el gran pensador de Éfeso, cinco siglos antes de Cristo, y de alguna manera, 2.500 años después, su reflexión trae a mi mente esa frase tan colombiana de “a papaya puesta, papaya partida”.

Delincuente y víctima son los extremos de un mismo camino, en Colombia por lo menos. Si la víctima de un robo siente remordimiento de su condición, se inculpa; el victimario se vale de ese enroque emocional para librarse de su responsabilidad.

Lo he visto en la expresión incrédula de los políticos que desangran al Estado, esos que depositan en las cuentas de sus testaferros la plata de la alimentación escolar; en los periodistas que reciben “obsequios” por su trabajo, algunos disfrazados de publicidad, sin preguntarse si el “detalle” podía utilizarse en tapar un hueco o arreglar un columpio en un barrio marginal.

La excongresista Aida Merlano, condenada por comprar votos y violar los topes de gastos con su campaña al Senado de 2018, declaró en una de sus primeras audiencias que no tenía conciencia de que lo que hacía era un delito.

Para los cientos de habitantes de Sahagún que recibieron como un héroe al exsenador Bernardo ‘Ñoño’ Elías tras cumplir su condena por corrupción, respaldar a un delincuente no representó mayor objeción moral porque despreciar las coimas millonarias de Odebrecht habría sido una demostración de principios a la que no están acostumbrados.

La multa de 80 millones de dólares al Grupo Aval en Estados Unidos por sobornos cometidos en Colombia, de la mano con la multinacional brasileña, es otro claro ejemplo de la moral de la papaya puesta: el conglomerado financiero de Luis Carlos Sarmiento Angulo aceptó un acuerdo con el Departamento de Justicia para no ir a juicio, pero en el país la noticia fue tratada con pinzas por los medios de comunicación y algunos periodistas hasta enaltecieron la figura del magnate por pagar para evitar una posible condena y echarle tierra al escándalo.

Con el regreso de Odebrecht a la agenda noticiosa, el expresidente Ernesto Samper publicó en la red X, la que antes era Twitter, una especie de confesión: “Parece que llegó el momento de abordar a fondo el tema de la financiación de las últimas campañas presidenciales. Todo indica que todas y no solamente la mía o la de @petrogustavo fueron penetradas por los dineros del narcotráfico o de la corrupción pública. Que se sepa todo de todos y se apruebe la financiación estatal de todas las campañas”.

Para qué tomarse la molestia de investigar un delito cuando ni los candidatos a la Presidencia tienen reparo en cometerlo, parece ser el mensaje de Samper a los organismos de control. Según la lógica del expresidente, el Estado debe vaciar aún más sus arcas ya que los aspirantes a cargos de elección popular o sus subalternos no pueden resistir la tentación de llevar a la práctica otra famosa frase de la sabiduría nacional: la plata está hecha, solo hay que buscarla.

“Aquí él está robando, yo estoy robando, todos estamos robando”, reconoció Daysuris Vásquez, expareja de Nicolás Petro, en una conversación con Máximo Noriega, mano derecha del hijo del presidente, interceptada por la Fiscalía. Sin embargo, el delito no le importó tanto como su reputación: “Él no me puede acusar a mí (de ladrona) porque tiene rabo de paja. Yo debería denunciar a Nicolás por difamación y daño al buen nombre”, amenazó.

Robarle unos cuantos millones a Lospesierra, a Hilsaca, a un empresario acá y otro allá no es más, entonces, que aprovechar la ocasión, partir la papaya, sacar a relucir la malicia indígena o vivir del bobo. Lo mismo que interceder por un contratista a cambio de una coima o de una tajada de la obra. ¿Qué más podía hacer el pobre ladrón de mi celular que retirarlo con sutileza de mi pantalón si yo mismo lo puse en bandeja de plata?, me fustigo todavía.

@jutaca30

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