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Jaime Santamaría /Foto: Cortesía

[Opinión] Ni están engañados, ni están manipulados; no se sienten incluidos

Las reacciones por la marcha del 21 de abril entre varias figuras del gobierno de Gustavo Petro desconocen los motivos ciudadanos para salir a la calle. En su columna, Jaime Santamaría recuerda que hasta ahora la promesa de inclusión de Petro, tan pronto ganó en las urnas, ha sido fallida.

Las marchas de este domingo contra la gestión del gobierno de Gustavo Petro en las que, según el mismo presidente de la República, se movilizaron más de 250.000 personas en las ciudades de Medellín, Bogotá y Bucaramanga principalmente, dan pie para lanzar varias opiniones rápidas que, ojalá, sirvan para enriquecer el análisis de la realidad política de Colombia. 

Lo primero es que el viejo esquema de lectura marxista de la realidad desde la perspectiva de la ideología no permite dar cuenta de la forma en que acontece la acción política y tampoco permite comprender los motivos que movilizan esa acción.

Según varias opiniones provenientes del seno petrista, los marchantes o están engañados o están manipulados. Ejemplo de esta opinión quedó plasmada en un tuit de Daniel Rojas Medellín, presidente de la (Sociedad de Activos Especiales) SAE, quién dijo: 


Esta idea muy extendida hace pensar que la acción en general es causada por un juicio erróneo de la realidad. Se trata de un esquema racionalista que, si bien hizo famoso Marx cuando habló de la ideología, es tan viejo como la alegoría de la caverna de Platón y tan extendido desde el movimiento de la ilustración, donde se pensaba que la mayoría de edad (o ciudadanía) dependía de la adquisición de un juicio racional “correcto”; obrar mal, como lo diría San Agustín desde esta misma perspectiva platónica, es sinónimo de ignorancia. 

No obstante, hoy, en la era de la posverdad o de la infocracia, donde las redes han cambiado definitivamente nuestro modo de relacionarnos con el mundo y su acontecer fáctico, parece tan anacrónico o poco acertado seguir pensando en verdades y falsedades y, más aún, que esa verdades o falsedades son suficientes para cohesionar la acción de una persona o de todo un grupo de la sociedad. Hay tendencias y movimientos que debemos atender, pero las personas ni están engañadas, ni están manipuladas. 

Otro problema que tendría esta perspectiva es que, obviamente, al tratarse de la acción política o incluso ética, se cae en una valoración moral de la verdad, donde los “engañados” están moralmente en un lugar inferior de quien cree tener la verdad y ver con claridad lo que ocurre.

Los “buenos” están llamados a mostrar la luz a quienes por las condiciones de dominación han sido condenados a la penumbra de la caverna industrial o informativa de hoy. 

Yo creo que debemos superar este simplismo de análisis y avanzar.

Varias preguntas clave para el petrismo hoy son: ¿por qué su programa no termina de conectar con los deseos y aspiraciones de la gran mayoría de personas de a pie?, ¿cuáles son las razones que llevan a sentir a gran parte de los ciudadanos que este gobierno sobreabunda en discursos grandilocuentes sobre el cambio climático, pero no toca a la gente que creyó en el cambio y apostó por él hace dos años?, ¿por qué no gana en hegemonía con sectores que van más allá de la izquierda tradicional?, ¿por qué las reformas que avanzan en el Congreso no son asumidas como propias, no solo por el ala tradicional de la lucha social, sino por toda la sociedad que clama justicia y equidad social? 

Es importante recordar que el proyecto que llevó a Gustavo Petro y a Francia Marquez a la Presidencia fue propuesto como un pacto amplio de convergencia; en ese pacto coincidieron diversos sectores de la sociedad, la misma agitación social que venía desde 2019, el movimiento de jóvenes, el descontento social después de la pandemia del Covid-19 (agitaciones que no necesariamente tenían una agenda política), pero también un sector amplio (clase media aspiracionista) que no veía en la propuesta de Iván Duque o de la derecha una forma de ascenso social.

Asimismo, un sector social que rechazaba la corrupción y que estaba cansado de “lo mismo de siempre”, sin mencionar muchos grupos políticos provenientes de partidos tradicionales como el Liberal, La U y hasta el Conservador. 

Pero, mientras las fuerzas del Gobierno se alinean e inscriben el triunfo de Petro en una concatenación histórica de todas las luchas sociales de izquierda de los últimos 30 o 40 años —y por eso la radicalización del discurso se hace cada vez más evidente—, se obvia que el acontecimiento va más allá de la izquierda misma y su historia. El acontecimiento político fue más una equivalencia de demandas históricamente desatendidas que terminaron cristalizando un anhelo de cambio inaplazable. 

El goce nostálgico de la reivindicación y la narración de la realización del plan trazado desde la desmovilización del M-19 hace 30 años no permiten ver que la tarea política —y el capital político mismo— está más allá de un discurso que ya nada le dice a la gran mayoría de la sociedad y huele a vetusto.

La espada, símbolo del pasado, solo marcó la senda de un gobierno autoinmune y cerrado en su propia historia; la misma historia que, de algún modo, se quería superar o reescribir. 

La gran tarea, si es que hay deseo de ser fiel al acontecimiento, será inscribir un nuevo relato; uno no revanchista. Uno donde una franja más grande de la sociedad, la clase media olvidada, se sienta incluida y donde la militancia no se mida exclusivamente por los años en las organizaciones sociales, el sindicalismo, la lucha armada o el poder popular. Donde los académicos, los intelectuales, los empresarios innovadores, los jóvenes que no hicieron carrera en el movimiento estudiantil, los que solo quieren un país mejor, tengan lugar y sientan que tienen parte. 

@Santamaria_1985

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