Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] Los cinco años de la Ventana
El monumento conocido como Ventana al Mundo es uno de los recientes atractivos turísticos de Barranquilla. En su columna, Juan A. Tapia lo define como el logo o valla publicitaria más grande de empresa alguna en el país.
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La mejor definición de la ciudad en que se ha convertido Barranquilla es una imagen: esa torre colorida de 47 metros de altura que en agosto de 2018 fue inaugurada en la rotonda de la Circunvalar, frente a la planta industrial de la empresa Tecnoglass, y que este mes celebra cinco años de haber transformado no solo su entorno geográfico, sino el imaginario de miles de barranquilleros que ven en ella un símbolo de pujanza y bienestar que concuerda con el material utilizado para su construcción: vidrio.
La Ventana al Mundo es, de acuerdo con ese mismo imaginario, que dista de ser espontáneo, un “regalo” del empresario Christian Daes y su compañía Tecnoglass a la ciudad, esa que le ha entregado —a él y a su hermano José Manuel— varios de los contratos más jugosos del Distrito.
Armada con 2.000 metros cuadrados de cristales laminados de azul, verde, rojo y amarillo, 130 toneladas de acero y 25 de aluminio, la estructura es hoy por hoy uno de los pocos atractivos turísticos de Barranquilla, lo que no la reviste de valor histórico alguno, como sí lo tiene el obelisco de Buenos Aires, por ejemplo, construido para conmemorar la fundación de esa ciudad, ni de la belleza y majestuosidad de obras que por todo el mundo persiguieron el mismo objetivo de deslumbrar. Es una atracción semejante a una rueda de Chicago gigante, y como tal debería tomársele. No es “nuestra torre Eiffel”, o quizá sí: la muestra de lo que somos capaces y de lo que merecemos como sociedad.
Sin entrar en consideraciones estéticas, otra atracción donada por la misma compañía, la Ventana de Campeones, que rinde tributo al equipo Junior, fundado hace 99 años en el barrio Rebolo por una pionera del fútbol amateur, Micaela Lavalle, sí reúne los requisitos para ser una marca de ciudad.
La Aleta del Tiburón, nombre con el que han preferido llamarla muchos ciudadanos, posee el arraigo del que carece la primera Ventana, que no solo es el monumento más alto del país, como figura en los catálogos de turismo, sino el logo o valla publicitaria más grande de empresa alguna.
La vocación filantrópica del empresario detrás de las Ventanas —hay una tercera en construcción, la de los Sueños, en Puerto Colombia, que, al igual que la de Campeones, conecta con el sentido de pertenencia y el contexto histórico del municipio al representar un faro que guía las expectativas de los viajeros— no es tema de discusión, ha dejado constancia de ella en cientos de publicaciones.
Pero los criterios para otorgar permisos a obras de dimensiones invasivas, hechas a la medida del objeto comercial del patrocinador, como la Ventana al Mundo en específico, deberían ser revisados por las autoridades.
Todo lo contrario a la estatua levantada por la Alcaldía en honor a Joe Arroyo en 2011, el cantante que volvió universal su intención de quedarse a vivir en Barranquilla, y a la que ya prepara la administración de Jaime Pumarejo de la inigualable Shakira, un símbolo vivo de la ciudad que solo después de 35 años de carrera musical tendrá un homenaje de las proporciones de la artista que le enseñó al mundo cómo se baila aquí.
La Ventana al Mundo, como concepto, es la continuidad de esa Puerta de Oro por la que han ingresado millones de inmigrantes desde los albores del siglo XX con equipajes en los que no solo viaja la esperanza, sino el conocimiento y la cultura, y que un siglo después se abre a ese mismo mundo para mostrarle el crecimiento y desarrollo de una tierra de oportunidades labrada con la ayuda y el coraje de quienes anclaron en ella.
Bonito, sí. Inspirador, también. Pero no lo más acorde con la realidad de una ciudad que si bien logró sacudirse del estancamiento de 30 años, ha cohonestado con el narcotráfico, la corrupción y fenómenos derivados para conseguirlo. Una ciudad de vidrio, un espejismo, como su torre de cristal.