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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] El murmullo

La oferta de malecones y huecos tapados no ha sido suficiente esta vez para silenciar a los ciudadanos que cuestionan a la administración de Barranquilla con argumentos, no con consignas partidistas, plantea en su columna Juan A. Tapia.

Primero, un ruidito incómodo allá en el fondo, que no impide escuchar, pero fastidia. Con el tiempo, el ruidito sube de intensidad y quienes lo oyen alcanzan a distinguir una vocecita. ¿Será? Sí. Ininteligible, pero voz al fin y al cabo. ¿Qué dice?, ¿alguien sabe?, preguntan unos pocos, por curiosidad más que por solidaridad o interés real, mientras la mayoría sigue sin darle importancia. Un día, a la vocecita lejana se suma otra y luego una más, y otra y otra, hasta que el ruidito es un murmullo que alerta como el zumbido de un mosquito dispuesto a picar.

El murmullo es el de las voces que critican la narrativa oficial de Barranquilla como modelo de desarrollo y gobernabilidad, impuesta desde hace 16 años por los alcaldes de turno y reproducida, en algunos casos sin escrúpulos, por un sector mayoritario de los líderes de opinión, tanto en la prensa como en las redes sociales. Narrativa que no admite reparo, so pena de colgarle del cuello el cartel de enemigo de la ciudad o —peor— de mamerto comunista a quien cometa la insolencia.

Pero ahora el murmullo es constante y pareciera no haber forma de callarlo. Está por todos lados: cada vez que el alcalde o sus funcionarios anuncian un programa o una obra, los inconformes con un modelo de ciudad que para muchos resulta ilusorio desenfundan sus ametralladoras con pantalla y hunden el gatillo con las teclas. Basta con fijarse en los comentarios de las redes sociales después de una declaración oficial para constatarlo. Donde antes había unanimidad, el número de ciudadanos que no traga entero crece día a día.

Confundir el murmullo de los que critican por convicción con el escándalo de las aplanadoras digitales al servicio del mejor postor, manipuladas para alterar la percepción de la realidad mediante la fabricación de calumnias y la tergiversación de hechos, es un error garrafal para un gobernante. Diferenciar cuándo hay detrás un ejército de robots y cuándo un grupo beligerante de carne y hueso es clave para la salud de un proyecto político sin importar su orilla ideológica.

En Barranquilla, los testimonios de ciudadanos que cuestionan a la Administración con argumentos, no con consignas partidistas, van en aumento. La oferta de malecones y huecos tapados no ha sido suficiente para silenciar a los indignados por las altas tarifas y el pésimo servicio de Air-e y Triple A, que acaba con el discurso de la competitividad y la generación de empleo.

O a las víctimas de la extorsión, que exprime al comercio formal y a los trabajadores independientes, pues ya ni las prostitutas se salvan de pagar ‘vacuna’. O a los usuarios desesperados por la inviabilidad del Transmetro y la escasez de rutas, que, sumado a la negativa de entregar las tarjetas de operación a las empresas que no están afiliadas al Sibus, puede hacer colapsar el transporte público en unas semanas.

La queja más frecuente de los barranquilleros es que el dinero de su trabajo apenas les alcanza para el recibo de la luz y estar al día con las extorsiones de las bandas criminales. Lo escriben en sus redes, lo comentan en las calles, en las reuniones sociales y cada vez que un medio de comunicación se pone de su lado. No son perfiles falsos ni gente comprada: un ‘bot’ —programa automatizado que simula interacción humana en las plataformas digitales— no tiene que pagar $2.000.000 mensuales por prender un aire acondicionado para soportar las noches calurosas de mayo.

De cuero duro, un político posee la capacidad de adaptarse y sobrevivir a sus actos; un líder de opinión, en cambio, tiene la piel delicada, y el murmullo, como un cáncer, puede causarle un daño irreparable a su reputación. Dicen los periodistas que su único patrimonio es la credibilidad, pero algunos están dispuestos a perderlo con tal de obtener otros beneficios por su respaldo a un mandatario, un partido o una corriente política.

En las calles, las protestas evidencian que no todo va ‘a otro nivel’, título del Plan de Desarrollo 2024-2027 propuesto por el alcalde. Reclamos de los usuarios de servicios públicos por las tarifas inmanejables; de los transportadores que se han declarado en rebeldía frente a las directrices de la Administración; de los damnificados de la ladera de Campo Alegre, a quienes todavía no les pagan sus casas; de los futuros vecinos del proyecto urbanístico Ciudad Mallorquín, que plantea un daño ambiental irreversible para Barranquilla y Puerto Colombia.

Es el murmullo de los indignados, que de no ser escuchado, pronto elevará su tono hasta convertirse en grito.

@jutaca30

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