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Laura Romero De La Rosa /Foto: Rafael Bossio

[Opinión] ¿Será acaso el turismo la respuesta a todos nuestros males?

El turismo es uno de los ejes protagónicos en el discurso de los candidatos a la Alcaldía de Cartagena y la Gobernación de Bolívar. En esta columna, Laura Romero analiza el impacto de la ‘turistificación’ masiva de una capital con alta pobreza.

Empecemos por una pregunta. ¿Cuántos kilómetros de los diferentes barrios de Cartagena en condición de pobreza será necesario intervenir, bajo la Acupuntura Urbana, para darles “renovación” y “restaurar el tejido social”?, cuando según la Encuesta de Percepción Ciudadana presentada por Cartagena Cómo Vamos en 2022, “cuatro de cada 10 cartageneros se consideran a sí mismos como pobres”.

Sería bueno conocer la proyección, capacidad de inversión e impacto que pretende lograr con esta propuesta el candidato a la Gobernación de Bolívar que hace pocos días impulsó pintar unas escaleras en el barrio La Quinta y llevar turistas allá. 

Quisiera decirle a quienes aspiran a algún cargo público para las próximas elecciones, que por favor dejen de abusar del discurso del turismo como “motor del desarrollo”.

La situación de la ciudad demuestra que el haberse convertido en el destino turístico más importante del país, y uno de los más emblemáticos de la región, no ha traído precisamente desarrollo para su gente, al contrario, se intensificó la concentración de poder en el Centro Histórico y la poca preparación y formación que tenemos nos ha relegado a tener una relación en desventaja con esa industria.

 El turismo, que si bien es un sector que moviliza capital, debemos dejar de entenderlo como única solución (o como la vía más fácil de implementar) ante la siempre creciente desigualdad de la ciudad. Cartagena enfrenta problemáticas de orden estructural y sistémico que devienen incluso de su pasado colonial, más las décadas de ingobernabilidad. Habitamos una tierra sostenida por las ansias de sobrevivir, con una sociedad desesperanzada y hambrienta. 

Pintar unas cuantas casas o una escalera, seguramente sí le aportará belleza a cualquier espacio abandonado o que necesite reparación. Sin embargo, lo que está de fondo depende del compromiso real de inversión en transformación social y eso se logra entendiendo que a Cartagena se le debe intervenir desde la institucionalidad como una ciudad con segregación racial, con grandes brechas de género, con pocos (o casi nulos) espacios públicos para ejercer la vida cultural, con caños contaminados, con casas donde todavía se cocina con leña o donde no hay servicio de agua potable.  

Me niego a creer que la única solución de la institucionalidad y sus diversas representaciones sea turistificar cualquier territorio como indicador de “progreso”.

Y como si esto fuera una fórmula mágica para reducir los índices de pobreza, la ciudad se ha expandido hacia las afueras del casco amurallado con la promesa de que el turismo será nuestra carta de salvación ante el hambre y el desempleo. Sin embargo, la realidad ha demostrado que de eso nos han dado muy poco.  

Con esto no quiero satanizar el turismo porque no es así. Desde mi experiencia ejerciendo el turismo comunitario, he podido evidenciar que sí es posible para cartageneros y cartageneras establecer una relación equilibrada con esa industria, generar recursos para la familia, movilizar economías comunitarias e incluso generar empleo.

Este sin duda no es un camino fácil en una ciudad donde todo parece ser sexo, drogas y excesos, con una oferta turística casi que estandarizada a la beachlife

El turismo comunitario se convierte es una gran alternativa para dinamizar las economías populares y que sirvan como forma de participación ciudadana, en favor de la organización social, el trabajo en equipo y para contrarrestar la desigualdad desde una visión que se ajuste a las necesidades de la comunidad y no como una imposición de modelo de progreso. Pero para esto se requiere inversión del Estado y mayor compromiso del sector privado.

Cartagena, la que es ciudad patrimonio y también ciudad en disputa. Una dicotomía de la que ha sido difícil escapar, una narrativa que ha favorecido a la incontenible desigualdad y, al parecer, ha sido una única forma de explicar la visión de desarrollo que sostiene la inequitativa distribución de los recursos que produce el caballito de batalla de estas próximas elecciones: el turismo.

@rosacaribet

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