Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] Premio y jalón de oreja
El Simón Bolívar a Periodista del Año entregado a Laura Ardila plantea serios cuestionamientos a la prensa local. Juan A. Tapia analiza la estrategia de desvirtuar a través del silencio, compartida por políticos y medios de comunicación.
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Pasa con el premio Simón Bolívar un fenómeno parecido al del Óscar. Todos los periodistas de Colombia quieren llevárselo a casa, exhibirlo sobre una repisa y en su hoja de vida, pero, si no lo consiguen, surgen, como cada año en contra de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, críticas feroces por los criterios de elección. Este 2023 fue por el supuesto sesgo ideológico de la organización, a la que no pocos colegas, en especial los que se fueron con las manos vacías, ubicaron en la orilla del petrismo.
La gran protagonista del Simón Bolívar fue la cartagenera Laura Ardila, quien recibió la distinción a Periodista del Año “por explicar el poder desde las calles de Barranquilla, Cartagena, Maicao o Tierralta”, y, como si fuera poco, a mejor cubrimiento noticioso en prensa escrita. Para el periodismo costeño, rezagado y pordebajeado, una buena nueva; para los medios de comunicación de la región, un jalón de oreja.
En cuanto al sesgo ideológico, basta con el título del trabajo que obtuvo el primer lugar en la categoría Noticia para descartarlo en el caso de Ardila: ‘El todo vale de Petro con las maquinarias en las regiones’, publicado en La Silla Vacía, a seis manos, con Ever Mejía e Isabella Marín.
Un premio que prueba que la periodista mide con la misma vara a la hora de denunciar y que, a pesar del contexto de periodismo partidario que se impone a nivel mundial, legitima la otra distinción, la que saca chispas y pone sal en la herida de la prensa caribeña en general, y de la barranquillera en particular.
En la reseña de homenaje a la periodista del año, el jurado describió con acierto a Laura Ardila como “una voz disonante y solitaria en su región”, que sabe que “es posible hacer periodismo de calidad, con impacto nacional, por fuera de la capital”.
El éxito mediático y de ventas de su libro, La Costa Nostra, que pone la lupa en el ascenso de la familia Char y el manejo del poder político y económico en Barranquilla, no ha sido fruto de la polémica sino del trabajo riguroso de casi dos décadas en las que ha revelado cómo operan los clanes regionales en Colombia y develado, según el jurado, “los hilos invisibles de una democracia en la que, como lo dice la propia Ardila, el silencio no es opción”.
Ese silencio que ha sido atronador para desvirtuar la extensa y detallada investigación de La Costa Nostra, aclamada por la prensa nacional, pero desconocida a voluntad por los gigantes de la prensa tradicional en la ciudad donde transcurre la acción, la Barranquilla que solo quiere mostrarle al país y al mundo una cara. Ese silencio que no sabe dónde esconderse desde que Ardila fue galardonada.
Un silencio calcado de los políticos que han optado por la estrategia de mantener la boca cerrada y hasta ahora les ha dado resultado. O debo decir casi, casi les ha dado resultado. Un casi con nombre y apellido que ha cometido la imprudencia de no quedarse callada.
Nunca he cruzado una palabra con Laura Ardila, la reconozco por su fotografía cada vez más frecuente en medios nacionales y extranjeros; tampoco tengo conocimiento de que grupos de periodistas se reúnan a complotar contra el grupo político que hace más de quince años gobierna la ciudad. Así que solo admiro, a la distancia, su profesionalismo y valentía.
En épocas de gran ruido el silencio es otra voz y dice más que los coros que hacen solo ruido, es un eco que resuena. Con tanta exposición mediática que la misma Laura mencionó como el “coro solidario” en su presentación en la Universidad del Magdalena durante la reciente Feria del Libro FilsMar en Santa Marta. Accedió a dar breves declaraciones para nuestro medio local Agenda Samaria. Nos contó de sus planes de escalar la visión de sus investigaciones a un contexto latinoamericano, ya de por sí ella es una cátedra ambulante de Periodismo Investigativo. Enseguida fuimos a comprarlo en Panamericana Santa Marta -ya 2a edición- y el interés en ese punto de venta es inusual. Se volvió un texto de referencia para las escuelas de periodismo. Convertir un hecho sociológico en tema de estudio es la otra arista de la cultura caribe. Ese es su principal mérito, en eso pensé mientras escuchaba a los presentadores de la charla en dos salas unidas de la U -las más grandes- dos conocidos intelectuales caribes; un historiador y un antropólogo le preguntaron ¿qué había pasado después del inusitado éxito literario? y lo que sucedió es lo que me atrevo a pensar: Se instaló como texto de obligada consulta para quien pretenda seguir sus pasos y como tal trasciende los alcances del periodismo.