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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Taponados

El drama de los migrantes en el Tapón del Darién es lo más parecido a un éxodo bíblico. En su columna, Juan A Tapia analiza esta problemática humanitaria a partir de una fotografía de The New York Times.

Las imágenes le han dado la vuelta al mundo, y una fotografía llegó el sábado 16 de septiembre a la portada de The New York Times. “¡Pobre gente!”, exclama la otra gente, la que no tiene necesidad y se pregunta cómo es posible, y también los que podrían atreverse si las cosas siguen como van, aunque después desistan por miedo a las enfermedades, al hambre, a los animales salvajes, a la muerte.

Quizá los mismos miedos que empujan a los que deciden internarse en la selva con niños de brazos, tiendas de campaña, ollas, parlantes para amenizar el dolor con reguetón. Cruzar el Tapón del Darién es, si no el peor de los dramas humanitarios que afronta el mundo, sí el más visual de todos. El más fotogénico, conmovedor, a la medida de Tiktok, y aún así cada día llega más gente a Necoclí, Urabá antioqueño, la tierra del futbolista Juan Guillermo Cuadrado, a jugarse la vida.

La foto del periódico muestra un río humano sobre otro río, de corriente rápida y color fangoso, que a algunos les llega a las rodillas. Va una familia allí, a paso lento en el atasco: papá, mamá y sus dos hijos. El hombre carga a la niña en sus hombros, la mujer sujeta de los brazos al niño para que no lo arrastre el agua o no se vaya a extraviar en la marea de gente. El niño y la niña usan los mismos sombreros de tela para cuidarse la cara del sol. Rojos, llamativos, probablemente comprados en el pueblo del futbolista famoso, antes de partir.

Son millares, imposible saber cuántos. En la foto del reportero gráfico Federico Ríos la mayoría no pasa de ser un punto distante, una mancha en el horizonte, profundidad de foco, que llaman.

Medio millón en lo que va de este año, tres mil por día, y dentro de poco la cifra se duplicará, denunció el presidente Petro esta semana antes de su intervención en Naciones Unidas. Venezolanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos, brasileños, cubanos, haitianos, no importa el pasaporte cuando el reto es atravesar la mayor selva virgen del planeta con un niño en los hombros y un morral a la espalda.

A Estados Unidos, que a pesar de la severidad de sus controles fronterizos no podrá evitar que un porcentaje de los migrantes del Darién pase a su territorio, la actitud de Colombia y Panamá no termina de cuadrarles. “Nos han pedido que tapemos el Tapón, como si eso fuera fácil”, dijo el jefe de Estado en Nueva York sobre las presiones para levantar un muro en la manigua, pero voceros de la Casa Blanca lo desmintieron.

En la caravana hay quien toca la guitarra, quien vende empanadas, quien alquila toldos y carpas; van periodistas de todo el mundo, los de The New York Times incluidos; coyotes que aseguran tener los contactos para saltar de país en país hasta México, con la salvedad de que para cruzar a Estados Unidos es otra historia, otro riesgo, otro precio. Van también los aventureros interesados en vivir una experiencia extrema tipo ‘Survivor’, contratada con una agencia de viajes alemana que los provee de equipo satelital de comunicación y del servicio de evacuación en helicóptero en caso de emergencia.

Volvamos a la imagen, porque es sabido lo que vale una imagen. No son visibles, el agua las cubre, pero casi todos llevan botas de caucho. El negocio de las pantaneras ha florecido en Necoclí y municipios aledaños. Predominan las negras, aunque las hay verde militar, y para las niñas, rosadas, el color de la Barbie.

Al llegar a tierra firme, la mamá del pequeño de sombrero de tela rojo le pedirá que se quite las suyas y las escurra, lo mismo que las medias. Los hongos pueden acabar con la esperanza de una familia que lo ha dejado todo atrás. Lo que ocurre en el Darién, ante los ojos del mundo, es lo más parecido a un éxodo bíblico, pero que terminará sin tierra prometida para la inmensa mayoría.

@jutaca30

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