Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] Universidades frente al espejo
El manejo financiero de las universidades privadas y el precio elevado de su oferta académica vuelve a ser tema de debate. En su columna, Juan A. Tapia aborda la relación costo-beneficio en el panorama laboral del país.
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Las bromas divertidas y los rumores dañinos suelen ser infames, producen rechazo general o parcial, pero captan la atención porque mueven fibras. Dicen que cuando el río suena, piedras trae. La semana en que ardieron los cerros de Bogotá, las redes sociales colapsaron por la “tiraera” de los estudiantes de la Universidad de Los Andes a sus pares de la Javeriana por hallarse, según ellos, en un renglón económico, académico y hasta estético más bajo. En Barranquilla, por los mismos días, la Universidad del Norte reconoció un recorte en la planta docente y administrativa “enfocado en la sostenibilidad”.
¿Qué tiene que ver un desagradable sondeo de opinión, viralizado en cuestión de minutos, como el de los uniandinos que atacaron a los de la Javeriana por no tener para pagar la matrícula en Los Andes, con el ajuste financiero de la Uninorte, reconocido por su rector, Adolfo Meisel Roca? Que la broma de mal gusto y el rumor de pasillo dan en el clavo al enfocarse en el costo disparado de las universidades privadas en Colombia, que las hace inaccesibles para miles de jóvenes, no ya de estratos bajos y medios, sino altos.
Para la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (Anif), pertenecen a la clase alta en Colombia aquellos que tienen ingresos mensuales per cápita por encima de $4.201.570, es decir, el 4,6% de la población. Cifra irrisible para pagar una matrícula o aventurarse a la quijotada de sostener una carrera en cualquiera de las universidades mencionadas.
El despido masivo de profesores y otros empleados de la Universidad del Norte era un secreto a voces en Barranquilla hasta que el rector lo confirmó en un mensaje dirigido a la comunidad de egresados, el 22 de enero. En entrevista posterior con El Heraldo, Meisel Roca desmintió la existencia de una crisis, pero puso sobre la mesa un factor de riesgo: la transición demográfica. “Las familias tienen menos hijos, sobre todo las de mayores ingresos. Sabemos cuál es el número de estudiantes en bachillerato y, a futuro, se graduarán menos jóvenes”.
Uno de los componentes que influyen en la reducción de la tasa de natalidad señalada por Meisel, que golpeará “en unos años” a la Costa y para la que “nos estamos preparando”, sin duda es el económico. Cada semestre será más difícil para un ciudadano de clase alta, es decir, que devenga poco más de 4 millones de pesos al mes, enviar a sus hijos a una universidad privada.
En otra de sus respuestas a El Heraldo, Meisel Roca afirma que “la educación es una inversión que hace una persona y que la lleva, más adelante, a ganar mucho más dinero por esa inversión”, y es justo ahí donde la realidad social y económica del país ha abierto una grieta con la formación académica. Becas, créditos y programas de ayuda han sido, hasta ahora, la única salida a un problema del que las universidades se han desentendido o que no consideran asunto suyo: la relación costo-beneficio.
Datos del Observatorio Laboral del Ministerio de Educación establecen que el 39% de los jóvenes que salen de la universidad después de pagar carreras que superan fácilmente los 100 millones de pesos, recibe en su primer año entre 1 y 1,5 salarios mínimos, de $1.160.000 a $1.740.000. El 31,9% de los graduados gana entre 1,5 y 2,5 salarios mínimos, de $1.740,000 a $2.900.000, y solo el 28% obtiene más de 2,5 salarios mínimos por su trabajo.
¿Vale la pena endeudarse durante media vida por una carrera que quizá no lo compense? El interrogante ya era válido un par de décadas atrás, pero los avances tecnológicos y la cultura de la inmediatez han profundizado la grieta que cada año separa más a los jóvenes de los campus.
Emprendedor o creador de contenido son títulos prácticos que compaginan con un estilo de vida, el actual, distinto al anacrónico modelo universitario: largo, sacrificado, costoso y sin ninguna garantía de éxito.
Para enfrentar el cambio de paradigma de una sociedad que antes rendía culto al trabajo y ahora lo hace al individuo, las universidades han doblado la apuesta sin salir de su zona de confort: desvalorizar aún más el diploma de pregrado con su oferta de especializaciones, maestrías y doctorados, lo que a su vez aumenta la burocracia académica que las consume. Son como una serpiente que muerde su cola.
Excelente artículo. De acuerdo con el planteamiento de la desvalorización del pregrado. Creo que eso no ha sido dimensionado por la sociedad. Un pregrado sólido y de calidad permite un buen ejercicio laboral. No todos pueden acceder a los costosos postgrados que es a donde las universidades han trasladado un alto porcentaje de los contenidos. Esto también se evidencia en la U pública y es un lujo que la sociedad no se puede dar y que aumenta la brecha de desigualdad.