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[Opinión] Una X al servicio de aseo en Barranquilla

Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Una X al servicio de aseo en Barranquilla

Los basureros a cielo abierto se multiplican en la capital del Atlántico. Juan A. Tapia cuenta cómo, pese a insistirle a la Triple A, él y sus vecinos tuvieron que buscar una cuadrilla de barrido que les ayudara a erradicar uno, tras semanas de creciente contaminación en su barrio.

La relación de un solo ciudadano con su entorno es, a pesar de las diferencias económicas, el reflejo de toda la sociedad. Si Barranquilla se encuentra a merced de atracadores y extorsionistas, la problemática golpea la escala social por igual, solo cambia la magnitud del botín.

Los servicios públicos, por traer otro ejemplo, son una soga atada al cuello mes a mes desde el estrato 1 hasta el 6. La variación consiste en que unos logran pagarlos sin sacrificar necesidades básicas y otros no.

Que los barranquilleros somos —o nos hemos vuelto— sucios es una realidad inocultable, que no distingue capacidad monetaria ni nivel sociocultural. Basta recordar las imágenes de las montañas de desechos represadas en los lechos de los arroyos para avergonzarse.

Pero si a la poca conciencia de disposición de las basuras en el hogar se suma la ineficiencia de la empresa encargada de la recolección, la muy cuestionada Triple A, el resultado es la aparición de botaderos por los cuatro puntos cardinales, como ha sido denunciado en publicaciones recientes por los diarios El Heraldo y El Tiempo.

Paso a contar una experiencia personal. Hace poco más de un mes, varias bolsas de basura fueron abandonadas por carretilleros frente a mi casa, en límites del tradicional barrio El Prado. En un par de días la pila de desechos creció hasta transformar un paso peatonal de zona residencial en un atemorizante basurero a cielo abierto en el que alcanzaban a observarse algodones con rastros de sangre. Recalco lo de “atemorizante” porque la ecuación basuras más alumbrado público deficiente igual inseguridad está más que comprobada.

Convencido del poder de las redes sociales y quizá engreído de mi condición de periodista, denuncié una y otra vez la situación en X —antes Twitter— con la esperanza de obtener respuesta institucional de la cuenta @SomosTripleA, pero el silencio me bajó las ínfulas. Bien merecido me lo tenía por creer que unos cuantos trinos (deconozco qué nombre reciben ahora los mensajes en X) iban a movilizar a una empresa que hace mucho perdió el rumbo.


Por años, la mala reputación —justificada, por demás— de Electricaribe/Aire ha servido para encubrir o desviar la atención de Triple A, pero ya es imposible ocultar la repercusión del entramado financiero descubierto por las justicias española y colombiana en la calidad de los servicios de agua y aseo.

Sin embargo, volví a insistir. Preocupado por la llegada de moscas y roedores, arrobé en mis trinos a varios de mis colegas más prestigiosos y con mayor número de seguidores, quienes no tardaron en replicar mi queja. Hasta al alcalde Pumarejo lo metí en la bolsa. Ahora sí, me dije, confiado en que pronto vería aparecer un camión recolector o una cuadrilla de operadores de barrido, los llamados ‘escobitas’. Por el contrario, la montaña de desperdicios no paró de subir.

Surgen en este punto del relato dos situaciones complejas: la primera, que el reclamo justificado de un ciudadano que paga a tiempo su recibo no sea atendido y ni siquiera escuchado (servicio de aseo que, les aseguro, no es barato en mi caso). Y la segunda y verdaderamente alarmante, que en un mes largo no haya pasado un solo ‘escobita’ por el frente de mi casa y los operadores de los camiones —que sí lo hicieron— se hayan desentendido del basurero.

Contrariado, pensé en una solución rápida y efectiva, aplicada por casi todos los periodistas de Barranquilla. Valerse del colegaje con los profesionales de las oficinas de comunicaciones de las empresas de servicios públicos y de las dependencias oficiales para agilizar sus trámites. Es decir, el viejo y recurrido método de la palanca. Pero no. No lo hice.

Compré entonces guantes, bolsas tamaño industrial y tapabocas, decidido a acabar el problema con mis manos. Si la montaña no va a Mahoma, pues Mahoma irá a la montaña, pensé. Aunque la posibilidad de que las manchas de sangre fuesen indicio de jeringuillas u otros desechos clínicos me hizo desistir.

Finalmente, con varios vecinos llegamos a la conclusión de que no había salida distinta a buscar en otra manzana o incluso más allá, pues ya he dicho que por mi casa hace bastante que no asoma un ‘escobita’, a una cuadrilla de Triple A que, propina en mano, nos librara de la plaga de ratas e insectos desatada por las basuras. Es la forma en que funcionan las cosas en la Barranquilla del progreso.

@jutaca30

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