Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] SOS por el Frente Rojiblanco
La inminente desaparición de la barra más representativa del Junior debe preocupar a las autoridades y la ciudadanía, ya que podría dejar a miles de jóvenes a merced de las bandas criminales, plantea Juan A. Tapia en su columna.
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Ser reclutado por una pandilla puede significar la perdición, echar la vida a la basura, para un joven de un barrio pobre de Barranquilla, una favela de Río de Janeiro o una villa miseria de Buenos Aires. Pero, también, representar protección, un poco de bienestar malhabido, complicidad como sinónimo de compañerismo y la posibilidad de imponerse en un entorno hostil. En estos contextos sociales las alternativas son casi inexistentes, y entrar a una barra de fútbol es comparable con hallar un madero a mar abierto para aferrarse.
La fuerza de la tribu, no hay que olvidarlo, está en la cohesión del grupo, no en la actividad que realiza: da lo mismo cuidar una frontera invisible que respaldar a un equipo dentro o fuera del estadio. El fenómeno social del barrismo poco tiene que ver con la pasión por un escudo y unos colores, está ligado al sentido de pertenencia y a la integración. Un club de lectura, una escuela de música o una comunidad de oración podría tener un efecto parecido, pero sin la reputación que otorga el fútbol en estos tiempos.
Muchos integrantes de las barras desconocen el presente y la historia de la institución que dicen amar, no saben los nombres de los jugadores que alientan desde las tribunas ni entienden las reglas de los campeonatos. Algunos, incluso, prefieren estar de espaldas a la cancha durante los partidos porque el espectáculo que más les interesa es el suyo. ¡Y vaya si lo brindan!
Las barras son el alma de la fiesta, el ambiente en los estadios corre por cuenta de ellas. Es difícil imaginar un marco más emotivo en el Metropolitano, por ejemplo, que el montado por La Banda de Los Kuervos. En principio disidencia del Frente Rojiblanco Sur, hoy por hoy manda en el ala norte y desde allí impregna de música y colorido cada juego del Junior. Con trompetas, bombos y platillos, su interpretación en vivo de la salsa ‘Quiéreme siempre’, de la Orquesta Aragón, adaptada como cántico de apoyo al equipo, ha sido un éxito rotundo en las graderías y las redes sociales.
Siempre yo vengo a verte
Juegues o no juegues aquí…
Nunca, nunca te olvides
De los que se mueren por ti…
¿Cuántas horas de ensayo costó preparar el tema antes de presentarlo en el estadio ante 40.000 aficionados? ¿Cuánta gente participó en la composición de la letra, en los arreglos y en los videos subidos a internet para ganar patrocinadores? Es la función de una barra: distraer a los jóvenes de las armas, los delitos y las drogas. Canalizar su ansiedad y aprovechar su talento en la elaboración de tifos, trapos y banderas gigantes que cubran las tribunas y arropen a la hinchada. Todas lo intentan, solo algunas lo consiguen.
Cuando llega el domingo
Nada, nada es mejor…
Dame, más alegría
La Banda quiere…
Salir campeóooon
El desmantelamiento gradual del Frente Rojiblanco, precursor del barrismo en Barranquilla, debe ser motivo de preocupación para las autoridades y la ciudadanía. El 25 de mayo, una lucha intestinal por el control de la barra detonó, en la tribuna sur del Metropolitano, el mayor enfrentamiento que se haya visto entre hinchas del equipo local. Decenas de aficionados, ajenos al conflicto, ingresaron al terreno y paralizaron el partido de Junior y Bucaramanga en busca de protección.
Luego de que las escenas le dieran la vuelta al país a través de las redes, la Comisión Local para la Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol, adscrita a la Alcaldía, decidió restringir el ingreso de esta barra al estadio de manera indefinida. Para periodistas deportivos y conocedores de este fenómeno social, las horas del Frente Rojiblanco están contadas.
Aunque el barrismo ha sido estigmatizado desde la formación del Frente a finales de la década del 90, no sería justo atribuirle a este colectivo la inseguridad que por años reinó en los alrededores del estadio ni al grueso de sus integrantes la disputa que provocó la suspensión de la tribuna sur por tres fechas y una multa de $14.000.000 al Junior. Una barra no es una guarida de delincuentes, pero hay delincuentes que usan a las barras como guarida.
En una sociedad como la barranquillera, permeada por la criminalidad en sus más altas esferas, exigirle conducta intachable y control interno a una barra de fútbol resulta hipócrita. Al contrario, para salvarla de su autodestrucción la Comisión para la Convivencia del Fútbol o el Ministerio del Deporte deberían intervenirla hasta que sus líderes logren ponerse de acuerdo o, en su defecto, impulsar un proceso de depuración con nuevos cuadros directivos, estrategia empleada con universidades y EPS.
La posibilidad de convertir la tribuna sur del estadio en una gradería familiar puede ser buena para la comodidad de los aficionados de numerada y occidental, pero no lo es para la fiesta del fútbol, que perdería colorido, ni para la ciudad. Pase lo que pase con el Frente Rojiblanco, la suerte de sus integrantes debe ser la prioridad, sobre todo en el caso de los más jóvenes. Dejarlos a merced de las bandas criminales o permitir su instrumentalización con fines políticos, como ocurrió en tiempos de la Primera Línea, es quitarle el seguro a una granada que puede estallar en las manos de las autoridades.