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[Opinión] Lenguas viperinas

Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Lenguas viperinas

El cubrimiento periodístico del gobierno Petro ha sacado a relucir lo peor de la prensa nacional, en una versión criolla de lo que el filósofo italiano Umberto Eco define como “la máquina del fango”. Los audios de Benedetti y Merlano son un ejemplo, plantea Juan A. Tapia.

La palabra “coya” terminó por ser lo más escandaloso de los audios que supuestamente comprobaban la penetración del gobierno de Nicolás Maduro en la campaña presidencial colombiana a favor de Gustavo Petro. Audios sin contexto, filtrados con la intención de añadir más leña a la hoguera de la polarización, y que solo demuestran la camaradería entre dos víboras de la política barranquillera como Armando Benedetti y Aida Merlano.

La lengua bífida de las serpientes es un dispositivo natural de reconocimiento espacial que les permite percibir su entorno, calibrarlo. Es lo único que se desprende de los audios publicados por Semana: la reunión de dos viejos conocidos que hablan el mismo idioma, el barranquiñol ramplón de un sector de la élite política local. Ejemplos de tan fina oratoria son, por mencionar a otros dos, el condenado exsenador Eduardo Pulgar y el exconcejal Alejandro Munárriz, a quien no por nada apodan ‘Bocasucia’.

Como documento periodístico, el valor de los audios es relativo. Constituyen una novedad y, por lo tanto, su publicación es válida en cuanto a ‘chiva’, pues su carácter noticioso es incuestionable: el entonces embajador colombiano en Venezuela, Armando Benedetti, dialoga con la delincuente Merlano, condenada por compra de votos y detenida en el país vecino, para controlar los arrebatos de esta en contra del Gobierno: “Te lo juro por Dios que llego a Colombia y saco la artillería”, amenaza la excongresista conservadora, temerosa de su deportación, sin revelar detalles del supuesto arsenal.

Benedetti, cuyo desprecio de género hacia la jefa de gabinete Laura Sarabia debería ser suficiente para marginarlo de cualquier cargo público, atribuye la responsabilidad de la deportación a la mano derecha de Petro: “Es la coya esta de Laura… que le fascina tirárselas de inteligente”, dice con la certeza de que Merlano reconoce el término. Pero resulta que lejos de la Costa no es de uso frecuente, por lo que la palabrita pone a varios de los medios de comunicación más importantes del país a buscar su significado para interpretar los audios.

“¿Qué es coya? La palabra que se hizo viral por los audios de Benedetti y Aida Merlano”, tituló el diario El Colombiano en su sitio web tras consultar a un “experto en lenguaje popular” costeño, quien entregó la definición de “puta” o “mujer bandida que se acuesta con todo el mundo”. Fue, quizá, la investigación más exhaustiva de los grandes medios para orientar a sus audiencias sobre el trasfondo de los audios. De resto, interrogantes de manual tipo “¿qué hizo Aida y a cambio de qué?” o “¿qué sabe Aida?”, replicados hasta volverlos tendencia. La función de la prensa, vale la pena recordarlo, es buscar respuestas. Preguntar es, si acaso, la primera parte del trabajo.

Lo que no dijo el “experto” consultado por el periódico antioqueño es que, según el contexto de la conversación, el vocablo deja de lado su carga sexual para convertirse en una expresión ofensiva sin esa connotación, como sucede con la palabra “hijueputa”, raras veces usada ya para referirse al comportamiento de la progenitora de alguien. De ahí la comprensible molestia de la funcionaria Sarabia, esposa y madre, por la publicación de este contenido periodístico que la denigra en su condición de mujer quizá más de lo que lo hizo Benedetti, reconocido por su lenguaje soez.

El cubrimiento del primer gobierno de izquierda de la historia de Colombia ha sacado a relucir lo peor de la prensa nacional, dividida en dos grandes grupos enfrentados: los medios de los conglomerados económicos, en su mayoría al servicio de los intereses mezquinos de sus dueños, y los institucionales y favorecidos por la pauta oficial, transformados en órganos de propaganda. Río revuelto en el que medios emergentes alejados de los extremos han empezado a ganar terreno.

Que Gabriel Gilinski, propietario de Semana, declare que la directora de su revista, Vicky Dávila, podría aspirar a la presidencia en 2026 por un movimiento de derecha es un golpe mortal a la maltrecha credibilidad de este medio. Y que, desde la otra orilla profesional e ideológica, María Jimena Duzán dedique gran parte de su tiempo a dejar por el suelo la reputación de Dávila solo comprueba que las diferencias ya no son políticas ni periodísticas, sino personales.

Menos beligerante debido a la relación director-subordinado, pero más irrespetuoso por tratarse de profesionales que comparten micrófono en la misma emisora, fue la desautorización al aire de Luis Carlos Vélez a su colega Santiago Ángel cuando este quiso contradecir la posición de su jefe respecto a la reforma pensional aprobada en el Senado, en La FM.

Este escenario de crispación, en el que los periodistas ya no son actores de reparto, es la versión criolla del concepto “máquina del fango”, que han esgrimido por estos días los presidentes de España y Colombia, Pedro Sánchez y Gustavo Petro, citando al filósofo y escritor italiano Umberto Eco, y que explica cómo es posible dañar la imagen de alguien, en especial de un político, con información o acusaciones manipuladas y la instrumentalización de la opinión pública.

@jutaca30

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