Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] La ‘selfie’
Una fotografía del cuerpo desmembrado de Yesid Cabrera Ortega es el más crudo reflejo de la guerra que libran las bandas criminales en Barranquilla y que ha puesto a las autoridades en jaque.
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Carne eres. Carne somos todos. Carne era Yesid Andrés Cabrera Ortega, 22 años, nos lo recuerdan los primeros planos que le tomaron después de haber sido cortado en pedazos con un machete, un hacha, un serrucho o una motosierra; imágenes que sus matarifes enviaron por cadenas de mensajería y subieron a las redes sociales como una ‘selfie’ macabra de la barbarie de los grupos criminales que operan con impunidad en Barranquilla.
Cuenta la prensa que a Yesid lo reconocieron por dos tatuajes: una estrella en el pecho y el rostro del Guasón en su pierna derecha. Fueron las fotografías que las autoridades les mostraron a los familiares, en la pantalla de un celular, cuando el martes 6 de agosto su cabeza fue arrojada en un potrero del barrio Carlos Meisel dentro de una bolsa negra. La tiraron dos hombres en motocicleta muy cerca de donde un grupo de niños jugaba un partido de fútbol. “¡Un perro muerto, un perro muerto!”, gritaron los pequeños en su inocencia.
La cabeza había sido acomodada en el centro de la composición fotográfica, pero los hematomas y la sangre pegada al rostro dificultaban la identificación de la víctima a simple vista. Por eso los tatuajes corroboraron lo que después deberán confirmar las huellas digitales o la placa dental. Era Yesid Andrés, sus fotos cuando ese cuerpo mutilado estaba unido y respiraba y cantaba y reía y cometía fechorías —porque el Yesid lleno de vida estuvo preso por extorsión— no dejan duda de que es la misma persona. La misma carne.
Junto a la cabeza, un escrito amenazante en una hoja blanca limpísima, sin rastros de la carnicería que acababa de suceder, insertado en la imagen con la ayuda de un computador. “Todo aquel colaborador jíbaro, extorcionista de los tales Pepes será objetivo militar en los barrios mencionados como Nueva Colombia, Meisel, Bajo Valle y La Manga serán declarados objetivo militar quedarán así como el sapo este. Att: la muerte” (sic). No parecen prestarle mucha atención a la ortografía ni a los signos de puntuación los matarifes, pero es llamativo que les guste dibujar.
Debajo de la abreviatura con la que “la muerte” deja constancia de sus atentos modales, dos figuras que podrían haber sido pintadas por un niño de cinco años: un cuchillo de punta filosa que escurre gotas de sangre y una cabecita cortada de tajo por el cuello. ¿Qué clase de mente criminal es capaz de desmenuzar a un hombre como quien divide un pollo frito y después sentarse a dibujar?
La fotografía refleja, también, orgullo. La satisfacción del autor con su obra, pues de otra manera no la exhibiría. Detrás de la advertencia a Los Pepes, a las demás bandas criminales y a la ciudadanía en general, hay una personalidad ávida de aclamación: soy bueno en esto, partir gente en trozos es lo mío. Para causar impacto y atemorizar a los enemigos habría bastado con dejar la cabeza en un lugar visible, pero la vida ya no es la vida si no aparece en redes o cadenas de Whatsapp. Y la muerte, por muy violenta y despiadada que sea, tampoco.
La última imagen de Yesid Andrés que vieron sus familiares es una ‘selfie’ tomada por su asesino, aunque el rostro de este no aparezca en la foto. Pero ahí está. Podría caminar a mi lado o el suyo, sentarse en el puesto contiguo del bus o comer frente a cualquiera de nosotros, con las manos recién lavadas, y no darnos cuenta. Alguien con tripas de acero para ordenar carne asada, cerdo o pescado después de haber descuartizado a un ser humano.
La foto de Yesid sirvió para que los habitantes de Barranquilla despertaran del sueño de ciudad modelo y llamaran las cosas por su nombre: guerra. En Barranquilla, las bandas criminales libran un enfrentamiento sin antecedentes, similar al de los cárteles de la droga mexicanos, por el control de las rutas del microtráfico y el negocio de la extorsión.
Los Rastrojos, Los Costeños, Los Pepes, Los Papalópez y el Clan del Golfo son algunas de las bandas que buscan imponer su ley a sangre, fuego y, por lo visto con Yesid, también con motosierra y machete. Esta última organización, que cambió su nombre a Ejército Gaitanista de Colombia, pretende sentarse a la mesa de diálogos con el Gobierno y para conseguirlo necesita hacer sentir su presencia no solo en entornos rurales sino en las urbes con mayor densidad de población y desarrollo económico.
En las últimas semanas parece haber picado en punta con muestras de poder que han puesto a tambalear no solo a sus rivales en esta disputa territorial, sino a las autoridades de Barranquilla y el Atlántico. Como primera respuesta, el alcalde Alejandro Char y el gobernador Eduardo Verano convocaron sendos consejos de seguridad para que la ciudadanía vea que sus gobernantes actúan de inmediato. Pero esa es otra ‘selfie’.