Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] La estética Bukele
Con videos del Ejército tomándose las calles, que traen a la memoria la estrategia mediática del presidente de El Salvador, el alcalde Alejandro Char pretende enviar un mensaje de autoridad. En su columna, Juan A. Tapia pide retomar el control de las cárceles en vez de medidas efectistas que no han tenido éxito en el pasado.
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Es de noche, un dron sobrevuela la plaza de armas del batallón de Policía Militar del barrio Paraíso. Decenas de soldados acatan la orden de formar. Están ataviados para la guerra: camuflado, armamento de largo alcance, casco, chaleco. “Estoy hasta aquí de la inseguridad en Barranquilla”, dice, mientras la tropa abandona la guarnición en una caravana de carros y motocicletas captada desde el cielo por la cámara del artefacto volador, una voz en off fácil de reconocer.
Parece una película de acción, pero en realidad es un video institucional de la Alcaldía de Barranquilla que copia la estética del presidente de El Salvador, Nayib Bukele.
Junto a la Policía y el Ejército Nacional estamos haciendo equipo con contundentes operativos de inteligencia, seguridad y control para prevenir el delito y proteger a la ciudadanía.
No descansaremos hasta devolverle la tranquilidad a los barranquilleros. pic.twitter.com/7LW8gjPhaZ
— Alejandro Char (@AlejandroChar) March 29, 2024
La voz es del alcalde Alejandro Char, quien, por enésima vez, recurre a sacar el Ejército a la calle para mejorar la percepción de seguridad. Es una estrategia sugestiva, efectista, que en la práctica no ha demostrado efectividad, pero que amortigua las críticas por la falta de acción de las autoridades.
Char la ha aplicado en sus dos primeras administraciones sin mayor éxito, aunque nunca con una campaña mediática tan impactante. Muchos políticos de derecha en Colombia y América Latina sueñan con emular a Bukele, sin embargo, la diferencia con el presidente salvadoreño es que tienen las manos atadas.
Las piezas audiovisuales en las que Bukele imparte instrucciones a las fuerzas especiales de su país para internarse en los barrios y combatir a las pandillas son un mecanismo propagandístico con innegables efectos disuasivos, pero no pasarían de ser meras producciones con tintes hollywoodenses sin el totalitarismo de un gobierno que acomoda la Constitución a su antojo y viola los derechos de sus ciudadanos.
No son los videos los que han entregado los resultados contra el crimen organizado que dispararon la popularidad del presidente y garantizaron su reelección, sino el régimen de excepción impuesto desde marzo de 2020 para frenar la violencia de las maras sin importar las garantías procesales.
La inseguridad en las capitales colombianas es un problema estructural que supera la capacidad de maniobra de los alcaldes, apellídense Galán, Gutiérrez, Éder, Char, Beltrán o Turbay.
Sin embargo, un frente unido de mandatarios de derecha podría promover acciones que intenten acercarse al modelo Bukele desde el marco legal, y ninguna más importante que el control de las cárceles. Mientras delincuentes condenados y encerrados tengan la posibilidad de acceder a teléfonos celulares en sus celdas, no podrá haber tranquilidad en ninguna parte.
Son tan peligrosas las llamadas que salen de esos teléfonos, sentencias orales de muerte para los comerciantes y transportadores que no cedan a las pretensiones extorsivas de los presidiarios, como indignantes son las imágenes de los privilegios de algunos de ellos dentro de las cárceles. Videos realizados con los mismos celulares y que terminan por circular en cadenas de WhatsApp para asombro y desconsuelo de millones de colombianos.
El impacto en la psiquis colectiva de un video que muestra a un recluso de máxima peligrosidad disfrutar de un sancocho suculento o cantar con desenfreno un reguetón de alto contenido sexual, sin un guardián a la redonda que lo supervise o impida, convierte en espejismo el mensaje de autoridad revestido de luces y efectos de sonido que pretende enviar el alcalde Char con un grupo de soldados grabado con técnicas cinematográficas. ¿De qué vale esa millonaria puesta en escena si, tras la captura, el detenido no para de delinquir?
Bukele lo entendió rápido y cambió el escenario de sus cortometrajes: de las calles dio el salto a las cárceles. Con lo que el discurso no verbal pasó a ser el miedo —no el héroe de barba perfilada y cabello engominado— y el lente de la cámara dejó de fijarse en él para enfocarse en los maras tatuados cabezas rapadas.
No es posible jugar a ser Bukele y salir indemne. El presidente centroamericano viene en paquete compacto: carismático, popular, moderno, nacido para mandar, características que sin duda Char posee; pero, también, autoritario, poco respetuoso de las leyes y las instituciones, enemigo de la prensa y de los que no comparten sus métodos, y en camino a convertirse en un dictador.
Exigirle al presidente Gustavo Petro que su gobierno retome el control de las penitenciarías para evitar que mueran más ciudadanos a causa de las extorsiones y para frenar el desangre de las economías locales debe ser el objetivo común de los alcaldes que reivindican el modelo Bukele en Colombia.
En el caso de Alejandro Char, además de copiar la estética, invertir el dinero de la sobretasa de seguridad —que olímpicamente arrebató al gobernador Verano— en tecnología de punta que facilite la obtención de pruebas para la judicialización de malhechores, combatir las mafias de prestadiarios que trabajan de la mano con los extorsionistas y depurar la Policía. No todo es imagen.