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[Opinión] Gentuza

Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Gentuza

Los incidentes antes, durante y después de la final de la Copa América deben servir para mirarnos en el espejo y reconocernos como una sociedad de tramposos que ha hecho metástasis sin discriminación de clase social o territorio, plantea Juan A. Tapia.

Un usuario de X con miles de seguidores publicó en su cuenta que los Estados Unidos estaban preparados para una invasión extraterrestre, pero no para una avalancha de aficionados de la Selección Colombia. Desde el domingo, cuando las imágenes de la estampida de camisetas amarillas que echó abajo las vallas del Hard Rock Stadium de Miami para ver la final de la Copa América sin pagar comenzaron a darle la vuelta al mundo, la indignación nacional estalló en las redes sociales. “Son capaces de atravesar el Darién, ¡cómo no van a cruzar la puerta de un estadio!”, “puro traqueto colombiano en EE.UU” y el muy despectivo “gentuza”, han sido algunos de los comentarios de mayor calibre.

La indignación nacional es la calentura que surge en el colombiano promedio cuando un compatriota deja por el suelo “la imagen del país”, y tiene la particularidad de que si la acción es cometida “en el exterior”, en especial cuando se trata de Estados Unidos o Europa, el repudio es mayor. No está escrito en el Código Penal, pero es de conocimiento público en Colombia que un ciudadano puede violar la ley en su territorio, siempre y cuando no lo haga fuera de sus fronteras.

Como colombianos hemos crecido con la idea de que, amparados por la geografía, tenemos licencia para pasar una calle con semáforo en rojo, estacionar en zona prohibida, orinar al pie de un árbol cuando la vejiga está a punto de explotar por la acumulación de cerveza, ingresar a un estadio sin haber comprado boletas y hasta para saltar de las infracciones a los crímenes con impunidad. Pero lo que no podemos hacer es llevar nuestra miseria a otra parte. Por eso ha impactado los cimientos de la colombianidad haber brindado esa pequeña muestra de lo que somos como sociedad precisamente en Miami, la tierra prometida.

Que miles de compatriotas de distinta condición —residentes en Estados Unidos, inmigrantes sin papeles y turistas afiebrados por James y sus compañeros— se hayan atrevido a comportarse allá cómo lo hacen acá es un indicador de que nuestra cultura de la trampa ha hecho metástasis. Hasta hace unos años era imposible pensar que una horda de fanáticos de la Selección hiciera en Miami lo que con frecuencia ocurre en los estadios de Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla.

Para no ir más lejos, sobre el equipo ‘cafetero’ pesa una sanción de la Fifa por la actuación de sus hinchas en el partido de eliminatorias contra Uruguay en el Metropolitano, que lo obligará a jugar con 25% menos de la capacidad de público cuando reciba a Argentina en septiembre. Y cómo pasar por alto el antecedente inmediato del Bank of America Stadium, en Charlotte, apenas cuatro días antes de la final, donde aficionados colombianos se trenzaron a golpes con futbolistas uruguayos tras la victoria de la Selección.

Mirar la paja en el ojo ajeno y calificar de “gentuza” a los colombianos que entraron al Hard Rock por los ductos del aire acondicionado, treparon las paredillas o rompieron los alambrados es jerarquizar el mal comportamiento por la capacidad económica o la posición social. Indignantes fueron, también, los actos de los cantantes Maluma y Blessd al enfrentarse con hinchas argentinos desde la comodidad de su palco, aunque muchos hayan festejado sus poses de barras bravas. Como millonarios no necesitaron colarse en el estadio, pero la irresponsabilidad de sus acciones tiene un efecto multiplicador mayor que el de sus paisanos por tratarse de figuras del espectáculo.

También huele mal la muy conveniente agenda en Miami que programaron el alcalde de Cartagena Dumek Turbay y el gobernador de Bolívar Yamil Arana, quienes estuvieron el domingo en el Hard Rock apoyando a la Selección. Es casi seguro que ambos blindaron sus viajes contra los entes de fiscalización, pero no contra el periodismo independiente de La Contratopedia. Acomodar compromisos oficiales al vaivén del fanatismo futbolero es una práctica recurrente entre los políticos colombianos, por lo que poner la lupa en los gastos no es esudriñar en la vida privada, sino vigilar los recursos aportados por los contribuyentes.

La imagen de Ramón Jesurún con el mono naranja de los presos fue el broche de novela para este capítulo de la historia de Macondo escenificado en Miami. Como el coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, unas horas después de los desmanes, frente a la jueza Mindy Glazer, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol había de recordar aquella tarde en que fue detenido con su hijo bajo cargos de agresión a un oficial por impedirles entrar al campo de juego para la ceremonia de premiación.

Lo sucedido antes, durante y después de la final de la Copa América debe servir para mirarnos en el espejo y reconocernos como tramposos. Somos la sociedad que valida en las urnas el “roban pero hacen” y que ha convertido en mandamientos “no dar papaya” y partirla sin miramientos cuando alguien nos la pone en bandeja de plata. Al igual que en los programas de ayuda contra las adicciones, el primer paso es aceptar el problema: de gentuza, en Colombia, todos tenemos algo.

@jutaca30

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