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[Opinión] Fábula

Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Fábula

La prensa tuvo un papel activo en la campaña de desprestigio contra el agente interventor de Air-e para sacarlo del camino y, también, en apaciguar las críticas contra el aumento del ICA, analiza Juan A. Tapia en su columna.

Viví mucho tiempo en una calle sin árboles. El sol hacía hervir las paredes de mi casa hasta volverla una olla a presión. Había que salir de allí entre las 10:00 a.m. y las 5:00 p.m. para no sancocharse. Pero un buen día, en la segunda administración de Alejandro Char, la Alcaldía comenzó a plantar matas y palos famélicos que crecieron hasta tupir de verde el entorno.

Y con el verde llegaron más colores: suelo detenerme a contemplar desde mi ventana la explosión naranja de las flores del flamboyán, la alfombra rosa que deja el roble morado, el amarillo de la lluvia de oro, que ya lo decía Neruda en su famosa oda, amarra “tus ojos a la tierra“. Ahora, cada mañana, al salir a la calle, siento que formo parte de un paisaje impresionista.

Pero, y siempre hay un pero, con el espesor de los árboles que sirven de sombrilla a mi casa y mantienen fresca la temperatura durante gran parte del día, llegaron unos problemas inesperados. Debido a que los carrotanques con mangueras industriales para regar las jardineras públicas no han dejado de pasar —dos o tres veces por semana— desde hace siete u ocho años, las ramas crecen vigorosas hasta formar una alameda sobre la acera y las matas impiden la visibilidad desde y hacia la calle. Mi Jardín del Edén es, también, una cueva de Rolando.

La arborización que nos permite a los vecinos respirar mejor llegó de la mano con nuevos e indeseados visitantes: consumidores de droga que se ocultan tras la ramas, atracadores que aprovechan la espesura de la vegetación, indigentes que orinan y defecan en la acera, carromuleros que descargan desperdicios y escombros. Nadie en sus cabales utiliza el paso peatonal después de las 8:00 p.m. Es más seguro bajarse a la calle y serpentear los carros.

La moraleja de esta historia es que no importa lo necesaria que parezca una obra ni lo aparentemente bien ejecutada que quede, una falla —por impredecible que sea— puede sepultar las buenas intenciones. Y la función social del periodista es denunciarlo. En mi caso, nunca elogié públicamente el bienestar que me genera el embellecimiento del lugar donde vivo, pero sí he criticado por la red social X las molestias colaterales. Lo primero es el agradecimiento de un ciudadano. Podrán decir, entonces, que soy un malagradecido. Lo segundo es mi deber como periodista. Podrán decir, entonces, que soy un… No, no podrán decir nada.

La prensa es un contrapoder, no una organización de caridad ni una oenegé. Su labor es vigilar al poder —político, económico, religioso, deportivo—, no apoyarlo ni alentarlo, tampoco felicitarlo cuando las cosas “marchan bien”.

Si un gobernante ejecuta 10 obras en un rango promedio de excelencia, por ejemplo, y una última por debajo de los estándares de calidad, la prensa no puede dedicarle 10 párrafos a resaltar sus logros y uno a reseñar el desacierto, sino lo contrario. Si invierte los valores, la prensa deja de serlo para transformarse, automáticamente, en oficina de prensa.

Cuando una herida está infectada, el periodista no lava con agua y jabón ni cubre con gasa, tampoco suministra antibióticos ni analgésicos para el dolor —para eso están publicistas, relacionistas, asesores de comunicación—. El periodista presiona con fuerza hasta que el pus sea visible. Luego, que venga otro —órganos de control, jueces, legislativo, ejecutivo— y suture. Quiero pensar, volviendo a la fábula, que mis críticas han servido para mejorar la frecuencia de las podas y la recolección de basuras.

Hace dos semanas publiqué en La Contratopedia el artículo ‘La “biodiverciudad” del turismo sostenible que recibe críticas por su manejo ambiental‘, en el que no salen bien librados el Ecoparque Mallorquín y el tren turístico Las Flores, este último sin inaugurar todavía. Me costó trabajo escribirlo porque, como a muchos barranquilleros, me parecen obras “bonitas” y transformadoras.

Pero mal haría en anteponer mis opiniones y prejuicios al diagnóstico de 130 páginas encomendado por el Ministerio de Ambiente a un equipo técnico de 20 profesionales —entre biólogos, ingenieros, abogados, politólogos, sociólogos y arquitectos—, que documentó los impactos negativos de estas intervenciones turísticas en Mallorquín.

Cuando la prensa deja ver sus costuras, es decir, cuando los hilos del poder quedan expuestos y hasta el más ingenuo pude notarlos, la ciudadanía pierde la confianza en su papel de vigilancia y encuentra otras maneras de informarse.

Es lo que sucedió con la salida del ingeniero Carlos Diago como agente interventor de la empresa Air-e. La misma prensa que lo aplaudió cuando intentó eliminar la opción tarifaria de la factura —consiguió rebajarla al mínimo—, lo trató de loco cuando se atrevió a meterse con las dos joyas de la corona: el dinero de la sobretasa de seguridad y el del alumbrado público, impuestos que pretendió quitar del recibo ya que representan una sobrecarga para los clientes de Air-e.

Le cayeron rayos y centellas. Titulares apocalípticos aparecieron en la prensa criticando su gestión y apoyando a los poderosos de siempre. Gran parte de la Costa quedaría a oscuras por la falta de los dineros para encender las luminarias y la delincuencia haría un festín sin la plata de la vigilancia, advirtieron. Patrañas. En realidad fue una campaña de desprestigio que logró su cometido: sacarlo del camino.

La misma campaña con la que respaldaron el proyecto de acuerdo presentado por el alcalde Char al Concejo para aumentar el valor del impuesto de industria y comercio (ICA) por segundo año consecutivo, aprobado en tiempo récord por esa corporación. En su ánimo de ‘venderlo’ como positivo para la ciudad, algunos medios prefirieron tomar la noticia por la exoneración de intereses a los morosos, quizá lo menos trascendental de la reforma del Estatuto Tributario.

Es la prensa que siempre está dispuesta a elogiar, a lavar con agua y jabón y cubrir con gasa sin importar que la infección pueda, más adelante, matar al paciente.

@jutaca30

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