Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] El coliseo chariano
¿La construcción de un escenario multipropósito es una necesidad apremiante para Barranquilla o se trata de una estrategia para desviar la atención de los temas que deberían preocupar al alcalde?, cuestiona Juan A. Tapia en su columna.
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Una de las obsesiones de los emperadores romanos, a lo largo de los 500 años del imperio, fue la construcción de escenarios majestuosos que transmitieran la grandeza y el poderío no solo de Roma, sino de sí mismos. Que al pararse a contemplarlos o al divisarlos desde cualquier punto, sus súbditos vieran reflejado en la piedra el rostro del César, y de esta manera perpetuar su imagen a través de la arquitectura.
En Barranquilla, la construcción de un coliseo multipropósito parece un empecinamiento del alcalde Alejandro Char más que una necesidad apremiante de la ciudad. La posibilidad de hacer realidad esta arena internacional de eventos fue reactivada por el mandatario tras reunirse con un grupo de empresarios que muestra interés en un proyecto que ha tenido varios traspiés en el pasado inmediato.
El costo de este escenario “sin precedentes”, como ha sido calificado por el alcalde, sería asumido por capital privado con el respaldo del Distrito, pues se constituiría en “un ancla de transformación y desarrollo para potenciar a Barranquilla como un epicentro de eventos de talla mundial”, declaró Char después de su cita con los empresarios.
Fue lo planeado inicialmente con el proyecto Arena del Río, que tenía al exbeisbolista Édgar Rentería como su cara visible, lanzado en 2020 con un impresionante despliegue tecnológico y cancelado tres años después por la coyuntura económica postpandemia, de acuerdo con la versión entregada a la prensa por los inversionistas.
Una idea que ha hecho carrera entre los barranquilleros es que la falta de un escenario de tales características impide que artistas de la magnitud de Bad Bunny, Madonna o la misma Shakira incluyan a la ciudad en sus giras, o colectivos como el Circo del Sol, que por estos días presenta en Bogotá su producción Messi10, inspirada en el futbolista argentino.
Esta creencia da por sentado que la materialización del coliseo traerá el aumento de la oferta de conciertos y otros espectáculos, porque la demanda existe. Pero ¿realmente hay público para todo? ¿Vale la pena enfocarse en un recinto que podría restarle clientela al nunca terminado Centro de Eventos Puerta de Oro, cuando las prioridades son otras?
Además de brindarle facilidades a la empresa privada para sacar adelante su proyecto —siempre y cuando incluya mano de obra local—, ¿hay que convertirlo también en una bandera de gobierno? ¿O es una estrategia para desviar la atención de problemas que no dan espera como el servicio de Transmetro, la tarifa de Air-e, la criminalidad rampante o la aparición de arroyos tan peligrosos como los que fueron canalizados hace unos años?
Lo que en la calle es conocido como el “espantajopismo” barranquillero no puede trascender a sus gobernantes. Sería impresentable repetir el error del nuevo puente Pumarejo, que después de cinco años de su inauguración no ha cumplido el objetivo para el que fue construido, mejorar la navegación por el río Magdalena, debido a que el antiguo puente Laureano Gómez, que recibe ahora el remoquete de “el enano”, impide el paso de buques de mayor envergadura. O el de la modernización del aeropuerto Ernesto Cortissoz, que pretendía multiplicar el número de vuelos diarios desde y hacia Barranquilla por el solo hecho de ampliar las locaciones.
La ciudadanía, que delira con el tema de la grandeza tanto como sus gobernantes —el mejor estadio de fútbol, el mejor malecón, la mejor ciudad, el mejor alcalde—, vislumbraba una réplica de El Dorado, y las autoridades promovieron la idea de que una sala de espera más grande atraería visitantes. La realidad es que la ampliación de la terminal aérea —incumplida por el consorcio privado con el mismo argumento de la economía postpandemia— no aumentó el flujo de aerolíneas interesadas en viajar a Barranquilla y habría sido mejor no despertar expectativas sin fundamento.
El alcalde Char ha soñado y apostado en grande con obras que dejarán su nombre en el recuerdo de los barranquilleros durante varias generaciones. Con el Malecón cumplió el anhelo de darle la cara al río, con las canalizaciones comprobó que no era imposible librar a la ciudad del padecimiento de los arroyos, pero no siempre ha acertado.
Es notorio, por ejemplo, lo subutilizados que están los escenarios deportivos construidos y remodelados para los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018. ¿Cuál será la suerte del coliseo chariano? Nadie lo sabe. Pero difícilmente puede separarse la fijación con estos proyectos monumentales de la megalomanía de los líderes políticos.