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[Opinión] Disfraz de periodista

Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Disfraz de periodista

Cada día es más difusa la línea que separa a ‘influencers’ y creadores de contenido en general de los periodistas en ejercicio, pero nunca, como en la coyuntura política actual, ha sido tan necesaria. En su columna, Juan A. Tapia marca también las diferencias entre sesgo y mala fe en el periodismo.

Pidió perdón el gobierno nacional a la familia del asesinado director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza, por la vergonzosa falta de justicia en su caso, 38 años después de haber sido silenciado por las balas del cartel de Medellín. Para hacerlo escogió la fecha del 9 de febrero, cuando Colombia celebra el Día del Periodista, la misma semana en que se hicieron virales los insultos del locutor y comediante Francisco ‘Paco’ Ramírez, de la emisora Tropicana Cali, contra el presidente Gustavo Petro, a quien llamó “bandido” y “narcotraficante”.

En respuesta, Petro desenfundó una vez más su cuenta de X (antes Twitter) y disparó contra los dueños de la cadena radial (la española Prisa) por “destruir la imagen del presidente con la calumnia solo porque no pone el Estado al servicio del capital sino al servicio del pueblo”. Pero no reparó en insultar la memoria de Guillermo Cano y de cientos de mártires como él al referirse al locutor de Tropicana, reconocido por interpretar a una tía chismosa y bochinchera, como “periodista”.

Desconozco si Ramírez tiene un cartón colgado en alguna pared con su nombre en letras de molde junto a la palabra “periodista”, pero para el caso es irrelevante. Su actividad actual es la de comediante, y nadie debería confundirse, mucho menos el presidente de la República. Por eso, antes de seguir con esta columna, una tarea, a manera de plana escolar, para las audiencias colombianas:

  • Un ‘influencer’ no es un periodista (aunque un periodista sí puede llegar a ser un ‘influencer’)
  • Un creador de contenido no es un periodista (un periodista crea contenido especializado).
  • Un presentador de eventos o un maestro de ceremonias no es un periodista.
  • Un locutor musical no es un periodista.
  • Un opinador invitado a un espacio informativo no es un periodista.
  • Un jefe de prensa o de comunicaciones, del sector público o privado, no es un periodista.
  • Un publicista no es un periodista.
  • Un cuentachistes o un comediante no es un periodista.
  • Un columnista no es necesariamente un periodista.
  • Un ciudadano mal informado no es un periodista, y uno bien informado, tampoco.

Manejar conceptos sólidos y saber exponerlos en público es una de las cualidades del buen periodista, no la única. Entre las personas que nunca pasaron por una facultad de Comunicación o de Periodismo hay muchas mejor preparadas para opinar de cambio climático, conflictos internacionales, fútbol, política o economía, lo que no las convierte en periodistas. Como saber poner una inyección no vuelve enfermero al que lo hace o conocer el Código Penal no transforma a alguien en abogado.

Es la responsabilidad de cargar ese cartel en el pecho, a la vista de todos, y la confianza que deposita la sociedad en el individuo al que identifica correctamente como tal, lo que hace a un periodista. No es requisito indispensable haber estudiado cinco años ni trabajar en un medio de comunicación, pero ayuda. Lo que es imprescindible es el compromiso de obrar de buena fe.

¿Puede existir sesgo en la información divulgada por un periodista? Por supuesto. Y en la medida en que el peso de sus opiniones incline a voluntad la balanza de los hechos hará un daño irreparable a su audiencia. Pero no por eso dejará de ser un periodista.

El sesgo es inherente a la condición humana, no la mala fe, que es una construcción personal, una decisión meditada y ejecutada con el propósito de interferir en la percepción de la realidad de quienes confían en la entereza del periodista.

La polarización que vive Colombia, con el primer presidente de izquierda de su historia, ha demostrado que los ciudadanos no han perdido confianza en los periodistas, como erróneamente ha sido planteado, sino en el periodismo, que es lo mismo que descalificar a los que no comparten su visión ni defienden sus intereses.

Los seguidores de Gustavo Petro, por ejemplo, consideran legítimo el sesgo de los periodistas que apoyan su gobierno, algunos incluso los defienden a capa y espada con la excusa de la coyuntura, pero no miden con la misma vara a los que lo critican con dientes afilados.

La mala fe, argumento para la cacería de brujas impulsada por el mismo jefe del Estado, hay que probarla, por muy evidente que esta resulte a ojos del mandatario y los partidarios de sus políticas sociales. Aplica también para la oposición.

El gran precedente mundial fue el acuerdo por el que Fox News, la cadena al servicio de la ideología republicana, aceptó pagar 787 millones de dólares a la empresa de recuento electoral Dominion para salvarse de un juicio por difamación tras difundir la mentira de que Donald Trump no había perdido las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos.

En Colombia, Petro ha amenazado con llevar a la justicia a los periodistas que acusa en público de mentir y tergiversar, pero en la mayoría de los casos ha preferido el tribunal de X al de los jueces.

La libertad de expresión permite a ‘influencers’, creadores de contenido, locutores musicales, comediantes como ‘Paco’ Ramírez y ciudadanos en general opinar a mansalva. Algunos tienen más facilidades comunicativas que los periodistas, no pocos están mejor capacitados culturalmente, pero con la información es a otro precio. Puesto que hay una sola manera de informar —bien, el resto es desinformar—, hacerlo es más complicado que opinar. Por eso requiere el cartel colgado en el pecho. Es la garantía de que los hechos -llanos, fidedignos, irreversibles- no serán manipulados.

@jutaca30

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