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[Opinión] Debe irse

Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía

[Opinión] Debe irse

El presidente Petro debe garantizar una transición democrática, pacífica y sin interferencias en 2026. Será su legado como primer gobernante de izquierda y lo único en lo que no puede fallar, analiza Juan A. Tapia en su columna de esta semana.

Alabado por una mitad del país que lo consideraba de pensamiento revolucionario y posiciones transgresoras; criticado por la otra mitad, para la que no era más que un traidor de clase, ricachón con delirio de guerrillero, Antonio Caballero logró unanimidad en torno a su pluma y erudición. Desde la llegada de Petro al poder, un año después de la muerte del periodista, escritor y dibujante bogotano, me he preguntado cómo habrían transcurrido estos 17 meses del primer gobierno de izquierda bajo su óptica, y la respuesta creo haberla hallado en uno de sus libros.

En ‘Historia de Colombia y sus oligarquías’, un manual de 424 páginas para entender el origen de las castas políticas desde el momento mismo en que los españoles pisaron esta tierra, Caballero, en tono de cuento sabroso de profesor de escuela, presta especial atención a la figura de Francisco de Paula Santander, general de la campaña libertadora y presidente de 1833 a 1837.

Tras repasar los claroscuros de la relación con Bolívar, Caballero destaca el hito que significó la sucesión del “hombre de las leyes”: “El logro mayor de Santander fue la entrega del poder tras las elecciones de 1837. No trató de perpetuarse, como durante veinte años lo hizo Simón Bolívar con sus coquetas renuncias a la Presidencia y aceptaciones de la dictadura. Con la entrega constitucional y pacífica del poder por el general Santander se inaugura la tradición civilista de Colombia, casi ininterrumpida. Había presentado para su sucesión la candidatura del general José María Obando. Perdió. Y, oh maravilla, aceptó la derrota”.

La permanencia de Petro en el Palacio de Nariño después de finalizar su periodo constitucional ha sido siempre el mayor temor de sus contradictores, y sus constantes alusiones a la espada de Bolívar un recuerdo no de la gesta independentista, sino del empeño del Libertador por amarrarse a la silla presidencial.

Sus trinos del fin de semana (o el nombre que reciban en X) no hacen más que adobar ese miedo con la evidente participación en política del jefe del Estado, quien llamó a la unión de los partidos de izquierda con un objetivo único marcado por él: “Ganar las elecciones del 2026 y hacer irreversible la transformación democrática de Colombia y el Acuerdo Nacional para la justicia y la paz”.

Que no se engañen sus enemigos y los que no comparten sus ideas ni su manera de ser y ejercer, Petro ya cambió la historia de Colombia. Su legado está escrito desde que ganó las elecciones y solo falta el broche para cerrarlo: entregar la banda presidencial e irse a disfrutar de su pensión o a trabajar de conferencista u opinador. Irse a no hacer otra cosa que amargarle la vida a su sucesor, como los expresidentes de derecha. Duque o Uribe, para no ir más lejos.

La conmemoración de los 50 años del robo de la espada de Bolívar, golpe mediático fundacional del M-19 en enero de 1974, sirvió para refrescar la memoria y valorar el presente: un exguerrillero es el presidente de Colombia, un antiguo alzado en armas que decidió inclinarse por la vía democrática sin importar poner su vida en juego. Que creyó en el Estado al que combatió y que mañana podría juzgarlo a él también, porque como hemos visto en su caso, la historia es caprichosa.

Cuánta transformación encarna Petro, cuánta sangre ha corrido para llegar a él, así su gobierno, por culpa suya y solo suya, ya no levante vuelo. Vendrán ministros peores, viajes a la Conchinchina, reformas cicatrizadas y más escándalos familiares, pero lo único que le resta por hacer al presidente de los colombianos para dejar la puerta abierta a nuevos mandatos de izquierda es irse sin interferir. Y esto sí debe hacerlo bien.

@jutaca30

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