Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] 2031
Con la arremetida de las bandas criminales, el drama social detrás de las tarifas de energía y la urbanización de pulmones verdes de la ciudad, Juan Alejandro Tapia hace un retrato distópico de una Barranquilla proyectada a 2031.
Por:
La escena asusta a los conductores que asoman las narices de sus vehículos al puente Pumarejo con los primeros rayos de sol: cinco cuerpos desnudos —cuatro hombres y una mujer— cuelgan de la estructura amarrados del cuello. Mientras las imágenes empiezan a circular por las cadenas de Whatsapp, la noticia despierta a los barranquilleros a través de sus dispositivos móviles. El septuagenario periodista Jorge Cura, líder de la franja matutina desde la década del 90, entrevista a la alcaldesa de Barranquilla, Ana María Aljure, alarmado por el recrudecimiento de la guerra entre las bandas criminales que tomaron el control de distintos territorios desde 2024.
Fue el año en que el Clan del Golfo, Los Rastrojos, Los Costeños, Los Pepes y otros grupos del crimen organizado decidieron romper sus acuerdos de no agresión para adueñarse a sangre y fuego de las rentas derivadas de la extorsión y el tráfico de drogas, conflicto que cuenta muertos por miles desde la época en que las autoridades miraban a otro lado para promocionar el desarrollo de una Barranquilla “a otro nivel”.
Recostados a las barandas del puente Laureano Gómez, mutilado por los ladrones de hierro y en riesgo de colapsar antes de la aprobación de la partida presupuestal para su destrucción controlada, reporteros e influencers —la línea divisoria ya no existe— graban con sus teléfonos la ardua tarea de levantamiento de los cuerpos. Los fiscales no son suficientes para desplazarse con rapidez a recoger los cadáveres que deja una guerra calcada de la que libran en el norte del continente los cárteles mexicanos.
Cerca de ahí, el canal de acceso continúa cerrado a causa de la sedimentación en Bocas de Ceniza y la draga china contratada para aumentar el calado todavía no llega, por lo que las llamadas “fuerzas vivas” de la ciudad debaten por enésima vez la necesidad del superpuerto de aguas profundas. Salvo en los periodistas de más experiencia y los dirigentes gremiales, el tema no suscita la atención de antes.
El calor cocina al vapor a reporteros, curiosos y técnicos forenses de la Fiscalía. La sensación térmica, con el río Magdalena a los pies, alcanza los 43 grados. El cambio climático ha transformado el modo de vida de los barranquilleros: las escuelas abren sus puertas en la madrugada para que los estudiantes terminen sus clases antes del mediodía, y el horario laboral fue repartido según los picos de temperatura para que los ciudadanos vayan sentados en el transporte público.
Estas medidas, propuestas de campaña de la entonces candidata Aljure, fueron recibidas con agrado el primer año (2028), pero las fallas en los sistemas de aire acondicionado de los buses, ocasionadas por la falta de mantenimiento, provocan desde entonces aglomeraciones y altercados para abordar los pocos vehículos climatizados.
La adquisición de buses eléctricos, celebrada en 2024 como un paso significativo para reducir las emisiones contaminantes, no cumplió su objetivo debido a la falta de políticas públicas contra el carro particular, implementadas varias décadas atrás por otras capitales. Mas que su utilidad como medio de transporte, reducida por los bloqueos constantes de calles y avenidas por el precio de la energía, los ciudadanos encontraron en las cabinas refrigeradas de sus automóviles un alivio momentáneo contra el clima.
El propósito de convertir a Barranquilla en la primera biodiverciudad del país no fue tan fuerte como la ambición de las constructoras que, con la mirada cómplice de las autoridades, urbanizaron los pocos pulmones verdes que quedaban sin importar las consecuencias ambientales.
En apenas siete años, los habitantes de esta ciudad quedaron atrapados en un círculo vicioso con ribetes de tormenta perfecta: obligados a mantener encendidos los aires acondicionados para soportar el calor, cayeron en las manos de las compañías de energía, que les exprimieron los bolsillos hasta convertirlos en esclavos. Hastiados de tener que entregar cada mes más de la mitad de sus salarios para el pago de la electricidad, transformaron las calles en puntos de resistencia y campos de batalla, lo que afectó la movilidad e hizo realidad el mayor temor de los barranquilleros prestantes: la pérdida de competitividad.
Hubo menos empleo, pero más gastos, y la situación llevó a los empresarios a descontar de los salarios las “horas nalga” que sus trabajadores pasaban en los embotellamientos. Las diferencias sociales nunca fueron tan marcadas como en la “época del calor”, nombre con el que fue conocida desde 2025. Por eso no fue bien recibida —por primera vez en 23 años de hegemonía desde el ya lejano 2008 de su primera administración— la decisión del exalcalde Alejandro Char de lanzarse por cuarta vez al primer cargo del Distrito. Ni siquiera su anuncio de contratar a Arturo Reyes como director técnico de Junior para la temporada 2032 tuvo impacto en las encuestas.
Cómo para una película de terror :
La desgracia del Futuro Próximo
Una producción de MaleconFlix