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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] Salve usted la patria
Tras ser considerado por décadas un exponente de la clase política tradicional, el senador Efraín Cepeda, por obra y gracia de la polarización del país, figura ahora como alternativa presidencial, analiza Juan A. Tapia.
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Último representante de esa estirpe de hombres probos nacidos en el Caribe colombiano, que dedicaron su vida a liderar profundas transformaciones sociales desde el Congreso para beneficio de las comunidades que confiaron en ellos durante décadas entregándoles desinteresadamente su voto, el senador barranquillero Efraín Cepeda Sarabia vive por estos días sus quince minutos de fama al acercarse el fin de su carrera política tras nueve periodos consecutivos en el Senado desde 1991. Nunca antes, en estos 34 años, la gran prensa nacional había prestado atención a su rectitud, vocación de servicio y respeto por los valores democráticos. Hasta ahora, cuando algunos medios llegan incluso a barajar su nombre como aspirante a la presidencia de la República.
Senador Cepeda, ¡salve usted la patria!, le han dicho, y él, quizá, lo ha creído. Que de verdad su imagen es la de un hombre probo, que en serio miles admiran su rectitud y vocación de servicio, que el país lo considera un demócrata capaz de asumir las riendas con firmeza en tiempos de crisis. Es lo que sucede cuando uno pasa mucho tiempo en el mismo lugar: termina por convertirlo en su universo particular.
Cepeda cree que el Congreso es una representación del país, y en cierta medida lo es, pero de la arrogancia, la vanidad y la falta de empatía de un sector de colombianos con otro que no cuenta con los privilegios de honorables parlamentarios como este economista de la Universidad de Los Andes, capitán de corbeta de la reserva naval, para el que las garantías laborales de los ciudadanos a los que dice representar han pesado menos en la balanza que su enfrentamiento personal con el presidente Gustavo Petro.
La historia no absolverá al senador Cepeda, mucho menos en su tierra, donde ya le tienen reservado un lugar en la memoria junto a José Name Terán y Roberto Gerlein Echeverría, el triunvirato de congresistas vitalicios del Atlántico, sin un equipo de fútbol de por medio para limpiarle la imagen, como sí ocurre con otro patriarca de la política local. Quizá, con algo de justicia poética, construyan un puente insignificante en su honor, como el que lleva el nombre de José Name sobre el arroyo León, en la antigua vía a Puerto Colombia, para que su recuerdo quede asociado a una obra digna de su legado.
El presidente Petro ha acusado a Cepeda del hundimiento de la consulta popular en el Senado, y el ministro del Interior, Armando Benedetti, ha amenazado con denunciarlo por fraude. No hubo tal. Fue una canallada perfectamente legal del presidente del Congreso cerrar la votación cuando el ‘No’ picó en punta por apenas dos sufragios.
El argumento de que el senador Édgar Díaz cambió el sentido de su voto es otro pataleo de ahogado del Gobierno, pues públicamente reiteró su posición en contra de la consulta. A Cepeda no le quedó difícil reunir mayorías porque su especialidad son las componendas y porque la coalición que dice respaldar al presidente Petro no sobresale por su afinidad a las reformas sociales sino por su apetito voraz de puestos públicos, partidas presupuestales, contratos con el Estado y sobornos en efectivo como los que tienen en la cárcel a los congresistas Name (Iván) y Calle. ¿Qué hacían por fuera del recinto del Senado los parlamentarios que debían sumar su apoyo al Gobierno en la votación de la consulta? La pregunta va para un barranquillero mañoso y curtido en estas lides, que en este caso no es Cepeda, sino el ministro Benedetti.
Aunque hizo su carrera política en Bogotá, lejos de su ciudad natal, Benedetti comparte con Cepeda la obsesión por mantenerse indefinidamente en el poder. El ahora segundo al mando del gobierno Petro tuvo la visión de saltar del barco del Congreso antes de perpetuarse en el legislativo como su paisano, y por eso la historia lo recordará de manera bien distinta: un traidor de clase. Que es lo único que no le perdonarán jamás el aristocrático ‘Fincho’ y su corte.