Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] La capital de la extorsión
El presidente Petro reconoció lo que es un secreto a voces en Barranquilla y el departamento. Pero no basta con decirlo, hay que actuar: este flagelo sobrepasa a las autoridades locales, que necesitan la intervención del Gobierno Nacional, plantea Juan A. Tapia.
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Detrás de un paraíso natural muy poco conocido a pesar de su potencial turístico hay una historia de amenazas y extorsiones de la que no escapa ningún rincón del Atlántico. Playa Abello, en Tubará, uno de los mejores lugares del mundo para la práctica de kitesurf, se convirtió en una pesadilla para una pareja de emprendedores que había montado una escuela de este deporte náutico y un restaurante frente al mar.
La colombiana Clara Ortiz Díaz y su pareja, el italiano Mirko Benini, invirtieron los ahorros de su vida para abrir el centro de enseñanza Kite Dream y el restaurante Pelícano. Gracias a su esfuerzo, el lugar ganó visibilidad y Playa Abello comenzó a llenarse de visitantes, en su mayoría adolescentes y jóvenes interesados en el kitesurf.
Pero el éxito trajo de la mano los problemas: empezaron a recibir llamadas extorsivas en las que les exigían dinero para dejarlos trabajar en paz, y ante su negativa amenazaron con hacerle daño al hijo de Clara. Después vino lo peor: les hicieron saber que tenían 15 horas para largarse o, de lo contrario, se atenían a las consecuencias. Y eso fue lo que hicieron: marcharse para siempre de Playa Abello, del Atlántico y de Colombia.
Hace unos días, el presidente Gustavo Petro reconoció una triste realidad que afecta a Barranquilla y es extensiva a todo el territorio atlanticense. Petro dijo, y con razón, que Barranquilla se ha convertido en la capital de la extorsión en Colombia, y que mientras otros delitos bajan, la lucha contra la extorsión, por el momento, se va perdiendo.
No lo dijo en cualquier escenario, sino en la ceremonia de ascensos de oficiales de la Policía Nacional, en la escuela de cadetes José María Córdova, de Bogotá, frente al comandante de la Policía Metropolitana de Barranquilla, coronel Edwin Urrego, elevado ese día al grado de general.
Llamar a las cosas por su nombre es el primer paso. Mientras las autoridades locales asumen la actitud de restarle importancia a este flagelo y concentrarse en sacar adelante sus planes de gobierno, aumenta el número de comerciantes que deciden cerrar sus negocios y marcharse de la ciudad o el departamento.
En las circunstancias actuales no debe haber nada más importante que combatir la extorsión, porque es un monstruo de mil cabezas que se alimenta de todo lo que encuentra a su paso: inaugurar obras turísticas, como la recuperada playa Puerto Mocho o el Muelle 1888 en Puerto Colombia, significa más comerciantes para extorsionar; la apertura de un tramo del Malecón del Suroriente —como el que el alcalde Char planea poner al servicio el 24 de diciembre—, más vendedores ambulantes o estacionarios para llenarle la panza al monstruo. Es la realidad cruda y dura, y el presidente ha empezado por reconocerla.
Pero no basta con decirlo. Hay que actuar: y las autoridades locales no pueden solas porque el problema las sobrepasa. La alcaldesa de Soledad, Alcira Sandoval, lleva meses implorando que Petro voltee sus ojos hacia este municipio acorralado por las bandas criminales, pero el presidente no presta atención.
En su desespero, la alcaldesa acudió al recuerdo de Simón Bolívar para tocar las fibras emocionales del jefe del Estado. Palabras más, palabras menos, le pidió que siga la huella de Bolívar y haga un alto en Soledad —como hizo el Libertador, ya maltrecho, de camino a Santa Marta, donde falleció el 17 de diciembre de 1830—, porque de otra manera este municipio de 600.000 habitantes va a quedar en manos de la delincuencia organizada, si es que ya no lo está.
La situación del Atlántico no va a mejorar con el envío de 200 ó 500 policías, con la compra de más patrullas, motos y radios, pues se trata de una problemática estructural que mezcla criminalidad y corrupción, y como tal requiere soluciones de fondo, no pañitos de agua tibia.
El Gobierno Nacional debe amarrarse los pantalones o pronto Barranquilla —y Soledad y todo el departamento— dejará de ser la capital de la extorsión y pasará a convertirse en la capital de la muerte y la desolación.