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Juan Alejandro Tapia /Foto: Cortesía
[Opinión] Ciudad Medusa
La serie de Netflix se ha convertido en una vitrina turística para Barranquilla, pero plantea un dilema entre la ciudad de ensueño y la de carne y hueso, según Juan A. Tapia.
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La Barranquilla de Medusa, la serie de Netflix, es la ciudad del primer mundo en la que anhela vivir la mayor parte de los barranquilleros, pero solo está disponible para unos pocos: la que puede apreciarse por las noches desde la cúspide del rascacielos Icon; la de la gente que va a ejercitarse al ecoparque Mallorquín para entrar en contacto con la naturaleza; la de las tardes de brisa fresca y noches de bohemia en el edificio García, esa joya arquitectónica del cubano Carrerá que acaban de descubrir los seguidores del detective Danger Carmelo y la rica heredera Bárbara Hidalgo a pesar de que ha estado ahí desde 1939.
Desde la azotea del Icon, las luces de los edificios construidos en el mismo cuadrante de ensueño no permiten ver más allá de los nuevos símbolos de la pujanza: la Ventana al Mundo, un monumento hueco, sin significado, el logo de una compañía vendido como marca de ciudad; la Aleta del Tiburón, nada distinto a la instrumentalización de la pasión por el equipo de fútbol local; el puente Pumarejo, un gasto innecesario mientras la vieja estructura siga impidiendo el paso de grandes embarcaciones por su gálibo.
Porque no se les toma el pulso a las ciudades desde las alturas, sino a ras de suelo, en las calles. Mientras la urbe de carne y hueso libra su peor combate de la historia contra la criminalidad, sometida por organizaciones que han hecho correr ríos de sangre y atemorizan al ciudadano de a pie hasta dejarlo en la ruina por el pago de extorsiones, en la Barranquilla de Medusa la que corre peligro es la directora del grupo empresarial y familiar más importante, los Hidalgo.
Si Netflix intentó asociar la historia de los Hidalgo con la de la familia Char para atrapar seguidores, encontró el hilo conductor menos ajustado a la realidad: en la Barranquilla real no son los poderosos los que están en la mira, sino los indefensos. Una campaña de expectativa que contó con la participación del abogado Abelardo De la Espriella confundió a la opinión pública, pero la periodista Laura Ardila, autora del libro La Costa Nostra, que retrata el ascenso político y económico de los Char, ha sido tajante en que Medusa no guarda relación con ellos.
La serie es el tema de moda tanto en las redes sociales como en las comidas o las conversaciones de esquina. Hay que reconocerle que como vitrina turística, Medusa es un comercial de doce capítulos para la capital atlanticense. Pero lo que más ha dado para hablar es el acento impostado de los personajes, en especial de los protagonistas Manolo Cardona, Juana Acosta y Sebastián Martínez. La plataforma consiguió lo que quería: Medusa, estrenada el 5 de marzo, es hoy por hoy la producción más vista a nivel mundial entre las de habla no inglesa con más de 6,8 millones de visualizaciones, según la revista Forbes.
Ciudad Medusa es la ‘Quillami’ con la que delira un sector de la clase dirigencial barranquillera, en la que los policías lucen su placa colgada al cuello y llevan la camisa abierta para verse más varoniles mientras persiguen a los bandoleros. Si los productores de la saga Bad Boys buscan en algún momento reemplazos para Will Smith y Martin Lawrence ahí tienen a Manolo Cardona y Johan Rivera, el actor que da vida al personaje de ‘Porras’, el compañero bonachón de Danger Carmelo que se deja sobornar con butifarras y carimañolas. Esa es la perspectiva de Medusa, la del ojo del dron, la de la mirada del poder, la de una Barranquilla que muestra una cara y esconde otra.