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'La personalidad de los pelícanos' retrata las tensiones sociales y políticas de una capital conocida por ser un destino turístico. /Foto: Cartagena Gráfica

‘En Cartagena no existe un liderazgo en función de la ciudad’: Teresita Goyeneche

Con una crónica que transita entre su vida familiar y el devenir político de Cartagena, Teresita Goyeneche relata lo que significó nacer y crecer en una ciudad con un legado colonial omnipresente.

En octubre pasado, Tusquets Editores publicó La personalidad de los pelícanos, ópera prima de la cronista y docente cartagenera Teresita Goyeneche. Una provocadora reflexión en primera persona sobre Cartagena, más allá de la postal rosa y, últimamente, desteñida de su Centro Histórico.

Arropada por la nostalgia, Goyeneche desnuda el territorio donde nació hace 37 años. Y lo hace, a través de un doble relato entre su vida privada y el devenir público de su ciudad, con unos trazos marcados por la herencia colonial, el racismo, el clasismo y la corrupción.

Página tras página, en La personalidad de los pelícanos se dibujan las tensiones raciales, socioeconómicas y políticas de la Cartagena de los años 80 y 90, décadas de la niñez y adolescencia de la autora. Unas tensiones que están lejos de resolverse y, por el contrario, hoy tienen a esta capital perdida en su propio laberinto.

Sobre el pasado, presente y futuro del territorio que Goyeneche sentía se le escapaba de las manos, va esta entrevista.

Teresita Goyeneche.

La Contratopedia Caribe. La personalidad de los pelícanos es una mirada femenina de la Cartagena de los últimos 30 años. Hay una narración en primera persona de una ciudad colonial, clasista y racista. ¿Qué tan distinta es la Cartagena de hoy de la retratada en el libro?

Teresita Goyeneche. Definitivamente, Cartagena ha cambiado mucho en los últimos 30 años. La ciudad creció muy rápidamente en muy poco tiempo. La Cartagena de los 80 en el mapa era mucho más pequeña: muchos de los barrios que hoy forman parte del Distrito, en ese momento, eran señalados como territorios de invasión o tenían una condición política distinta. 

La ciudad era un destino de playa y mar: la gente iba, sobre todo, al Laguito, a quedarse en el Hilton o en Las Velas, y a comprar en la Avenida San Martín. No era el destino turístico que es hoy porque el desarrollo en el Centro Histórico es más reciente. 

La zona amurallada no estaba restaurada e incluso Getsemaní era un barrio distinto al que es hoy. No sé si mejor o peor, pero era distinto. Gentes que no eran cartageneros vieron el futuro que, de pronto, no vieron los locales. Las casas del Centro empezaron a ser vendidas por unos precios muy bajos a familias extranjeras y del interior del país. 

El racismo y el clasismo siguen existiendo, pero se manifiestan de maneras distintas. Todavía las estructuras de poder siguen enmarcadas por esas formas. Cada vez más hay académicos estudiando el fenómeno de la racialización en la ciudad. Cada vez más ese trabajo, que vienen haciendo historiadores como Alfonso Múnera, Javier Ortiz Cassiani o Estela Simancas, permea a la sociedad civil. 

La gente ha empezado a reconocer la historia, a soltar un poco la venda que le tapa los ojos y no le permite ver las diferencias tan marcadas que hay por el color de la piel o por el lugar donde se vive. 

Que haya cada vez más personas hablando de esto no quiere decir que no siga pasando. Hay zonas de la ciudad donde no se puede poner champeta, por ejemplo. Hasta hace un par de años, cuando en el Teatro Adolfo Mejía quisieron hacer el concierto de El Imperio, salieron los europeístas-hispanistas de la ciudad a decir que eso era un sacrilegio

LCC. En la introducción del libro se retrata a Cartagena como una mujer sin cabeza, cuyo cuerpo se dibuja en sus tres localidades. ¿Cómo nació la idea de ese retrato? ¿Acaso la metáfora visual de una mujer sin cabeza simboliza la historia azarosa de esta capital? 

TG. Honestamente, veo el mapa y veo a una mujer sin cabeza. No es una metáfora para mí. Al principio era un vestido, pero después me dije: ‘Obviamente, ese vestido lo está usando alguien, pero sin cabeza’. 

Claro, la mujer sin cabeza tiene que ver con eso que dices. La existencia en Cartagena es muy azarosa. Hay unas tensiones fuertes que han impedido que la ciudad tenga una cabeza: tensiones políticas, de clase, raciales, entre lo público y lo privado.

En Cartagena no existe un liderazgo que a uno le permita decir que hay alguien, realmente, tomando las riendas en función de la ciudad y no en función propia. Y por función propia no, necesariamente, me refiero al bolsillo, sino al ego o a las relaciones.

La falta de cabeza de esta mujer tiene que ver con la falta de conciencia. Esta ciudad ha sido tradicionalmente liderada por hombres. Es una ciudad que, incluso, cuando ha sido liderada por mujeres lo ha sido desde el sistema patriarcal. Cuando digo patriarcal quiero decir las formas más tradicionales o conservadoras de hacer las cosas. 

Que Cartagena sea una mujer para mí es una forma de decir: ‘Pues déjenla ser, déjenla alimentarse de esa otra energía de la que ha carecido’. De pronto es el momento de que esta mujer recupere su cabeza y pueda tomar las riendas de su propia vida.

LCC. Como lectores, en La personalidad de los pelícanos somos testigos de un doble relato: la vida familiar de la autora y la vida política de Cartagena. Se menciona lo público como “una forma de ascenso social”. ¿A qué se refiere?

TG. Eso también tiene que ver con esa forma anticuada de entender la política. Cartagena, como parte del mundo, ha sufrido los estragos de la privatización, o sea, del neoliberalismo. Hace varios años las empresas públicas quebraron, el puerto se privatizó.

El Estado es cada vez más pequeño porque su papel es cada vez menor: muchas funciones del Estado han sido concesionadas y la sociedad civil es cada vez más poderosa. Por tanto, el Estado es cada vez menos independiente para tomar sus decisiones y administrar los recursos.

Sin embargo, sigue habiendo como ese chip anterior de creer que aspirar a un puesto público es tener acceso a unos fondos que parecen ilimitados.

Cartagena es una ciudad pequeña, donde siempre ha habido mucha pobreza y desigualdad. Hay gente que siempre ha tenido y vive en silencio. Quienes son visibles para los que tienen menos o para los que viven en la clase media, como fue mi caso, son quienes trabajan en lo público.

Vivimos en una ciudad en la que vemos a gente accediendo a cargos públicos y, de repente, empiezan a tener estilos de vida que no corresponden al salario de un funcionario. Esto no es solamente un asunto cartagenero ni siquiera caribeño. Esto es propio de muchos lugares y ha ido cambiando en los últimos años, porque el Estado cada vez es más pequeño.

Si bien ha habido privatización de servicios en Colombia las últimas décadas, con la promulgación de la Constitución Política de 1991, el Estado colombiano aumentó su tamaño. Eso se evidencia en el peso del gasto público en el Producto Interno Bruto (PIB).

Antes de 1991, el gasto público colombiano estaba entre los más bajos de América Latina: no superaba el 12% del PIB. En la década de los 90 comenzó a crecer y hoy representa el 27% del PIB, según datos del Fondo Monetario Internacional.

LCC. El libro recuerda la narrativa que primó durante la primera campaña de elección popular por la Alcaldía, que tuvo como contendores a Manuel Domingo y a Fernando Araújo. Ese momento político dice mucho de la tensión de clases que aún caracteriza a Cartagena, ¿no? Un candidato de origen popular enfrentado al miembro de una familia ‘tradicional’ pudiente.

TG. En realidad Mingo Rojas no venía de extracción popular. Era más bien un señor de clase media, que no pertenecía a la burguesía cartagenera. Es momposino. Venía de otro lugar, pero tenía apoyos políticos y fue muy estratégico en su mensaje político. 

Fernando Araújo era el candidato de la clase alta, porque los Araújo son una familia con dinero y poder. Mientras que Mingo Rojas era más como el provinciano dentro de la provincia. 

La tensión que Mingo logró desarrollar ahí es una idea que me parece interesante: eso de que Cartagena ha sido siempre habitada por la gente de Cartagena es una ilusión, porque realmente en Cartagena siempre ha habido colonias: magangueleños, momposinos, chocoanos, gente de El Carmen.

LCC. En el libro cuenta que su padre le enseñó que podía lograr las cosas en la vida sin “dañar a nadie”, en clara alusión a la costumbre (no solo cartagenera) de llegar al poder sin importar los medios y a veces haciéndole trampa al sistema. ¿Cómo fue esa enseñanza paterna?

TG. Desde que nací mi papá ha sido docente universitario. Él nació en una familia trabajadora, que al principio vivía en Olaya Herrera y después en Lo Amador. Creció en un hogar que tenía carencias sin ser necesariamente pobre. Aprendió muy rápido que una forma de acceder a más era a través de la educación, que era la idea liberal del desarrollo de los años 60 y 70. 

Mi padre cree en la cocción lenta de la educación, los principios y la ética para alcanzar los objetivos. Mi papá pasó de ser un niño de un barrio obrero, hijo de una mamá que solo cursó primaria, a convertirse en un economista y docente universitario. Siempre fue muy intelectual y lector. 

Cumplió su función de padre de una manera muy política. Cualquier paternidad y maternidad es política, pero él lo hizo más visible. Nos hablaba a mi hermana y a mí como si fuéramos unas adultas que entendíamos todo. En esas conversaciones con mi mamá, que también casi toda la vida fue funcionaria, hablábamos en familia sobre lo público. 

Para él siempre fue imperativo que entendiéramos que en una familia, que no siempre lo ha tenido todo, la educación puede ser una forma de ascenso social sin pisar a los otros para conseguir las cosas.

LCC. Hay otra anécdota que la marcó siendo niña y fue el atraco del que fue víctima cuando bajaba de La Popa con sus primos y amigos. Años después —dice— entendió ese episodio como una evidencia de la desigualdad de Cartagena. ¿Cómo llegó a esa reflexión vital?

TG. Estaba muy chiquita para entender ese episodio como una revelación de la desigualdad de la ciudad. Ese episodio lo que me hizo entender fue lo equivocada que estaba en creer que Cartagena era un territorio seguro para mí. 

Hay una cosa de mi comportamiento de adolescente que, creo, resonó en muchos de los lectores y es esta cosa de la vergüenza, de sentir que tienes menos y quieres más. 

A mí ese episodio me hizo querer acceder a territorios que parecían más seguros y ofrecían una mejor vida que aquellos que yo me había ganado por nacer donde había nacido. Mi barrio no me ofrecía una seguridad que otros barrios sí ofrecían; mi barrio no me ofrecía unos paisajes que otros barrios sí ofrecían; mi barrio no me ofrecía acceso a unos lujos que, al aparecer, yo no iba a tener. 

Obviamente, ahora, cuando describo una situación con mis ojos de 30 y pico de años, veo que todo lo que estaba viendo a los 11 años era una escena de la desigualdad de la ciudad, en una de sus zonas más complicadas: las faldas de La Popa. 

LCC. Y bueno, en esa misma orilla, con ojos de mujer adulta podrían leerse como manifestaciones violentas, racistas y clasistas algunas frases comunes entre sus compañeros de colegio: “Tú lo que eres es una champetúa porque vives en Bazurto y hueles a caño” o “eres bella, a pesar de no ser blanca, respingada, lacia, rubia o castaña clara”. 

TG. El bullying en el salón era muy fuerte. Hay unos bullies con los que después me encontré más adulta y me pidieron perdón. Pero, en ese momento el racismo en la ciudad estaba tan normalizado, que uno no se daba cuenta.

Cuando a mi me decían “a pesar de”, había un racismo implícito porque todas las cosas que me señalaban como imperfectas eran los rasgos indígenas que había heredado de mi abuela. 

A mí me decían indiecita: ‘eres indiecita, pero eres linda’. Era como una condescendencia que a veces me hacía doler el estómago, pero nunca alcanzaba a entender por qué, hasta hace muy poco en una clase de psicoanálisis e identidad en la universidad. 

Empecé a entender que me daba dolor de estómago porque con lo que me decían me estaban insultando. Era un insulto que viviera al lado de Bazurto porque ese territorio era la personificación de lo afro en la ciudad. Era un insulto que me dijeran champetúa porque si me decían champetúa me estaban diciendo que era negra. Y si me decían que era negra, me estaban diciendo que era fea, ignorante y pobre. Y todo eso era lo que uno no quería que le dijeran. 

Hay una resistencia a aceptar que Cartagena es así de racista. En Latinoamérica vivimos en medio del mito del mestizaje: creer que no somos racistas porque todos somos mestizos, igual de combinados. Sí, somos mestizos, ‘pero ojalá tengas el pelo liso’. Somos mestizos, aunque ‘eres negrita, pero bonita’. 

El mestizaje sólo ocurrió en la sangre, pero no ocurrió en la forma como se distribuye el poder y como nos administramos como sociedad. Esto no lo digo yo, ya lo han dicho varios académicos. 

LCC. Hay tres figuras políticas, cuyas descripciones en el libro llaman la atención. Empecemos por la primera. En parte de las líneas que le dedica a la exalcaldesa Judith Pinedo, condenada por la venta de una playa pública, critica la defensa que ella despierta en un amplio sector cartagenero, al que describe como “progresista y bien pensante”. Pinedo, sin embargo, es reconocida a nivel nacional como una política decente, víctima del sistema colombiano.

TG. Pienso que Judith Pinedo fue como una bocanada de aire fresco para la ciudad. Reconozco su liderazgo y me parece muy valiosa su figura en la historia política de la ciudad. Me sorprendió mucho lo que le está pasando.

La razón por la que yo cuestiono las acciones de Judith no son, precisamente, porque crea que tomó una decisión deliberada y a conciencia para hacerle daño a la ciudad sino porque a mí sí me parece antiético la venta de una playa pública. Hay una diferencia entre lo legal y lo ético. 

Puede ser que ese haya sido un proceso, como muchos otros, en los que las cosas pasaron rápidamente. Cuando los alcaldes están en función administrativa firman un montón de papeles a diario y quién soy yo para decir, en este momento, qué estaba pensando Judith.

Cuestiono esa idea de que la impoluta Judith es el símbolo de la decencia. En la política, como nosotros la conocemos, no existe tal cosa como la intachabilidad porque hay veces que se tienen que hacer concesiones en función del bien mayor. 

Existen políticos muy astutos que están pensando en el bien mayor y el legado que quieren dejar. Y trabajan por eso, moviendo las fichas de un tablero que parece invisible para el resto de la sociedad, pero cuyas jugadas existen.

Por eso hablo del progresismo bien pensante: prefiero un discurso más apegado a la realidad. Judith es una política que no debería estar pagando esa condena, pero ese llamado a la decencia sin cuestionarle absolutamente nada me parece que no tiene sentido. 

La exalcaldesa Judith Pinedo está sentenciada en segunda instancia a 12 años de prisión por vender un predio sin que la Justicia le haya probado que se enriqueció con la transacción o que celebró un negocio por debajo de la mesa.

Su condena fue recibida como un golpe a la decencia en la política, informó La Silla Vacía.

LCC. La segunda figura cuya descripción es llamativa es la del exalcalde atípico Dionisio Vélez. Dice que “personifica el espíritu cartagenero burgués”, ¿a qué se refiere? 

TG. Su padre es una figura pública en Cartagena, sobre todo, en el gremio educativo. Siento que Dionisio sacó réditos de la imagen de su padre, escaló como un pequeño delfín. Viene de una familia de clase alta, con recursos y posibilidades, pero una vez llegó a la Alcaldía trabajó en función suya. Dionisio es la representación, para mí, de cómo se ha manejado tradicionalmente el poder en Cartagena: casi que siento como si fuera socio de un club. 

El típico señor que piensa que la ciudad se puede administrar desde uno de esos comedores de club y cree que el beneficio propio es el beneficio de la ciudad. 

Gracias a investigaciones de medios como La Silla Caribe y La Contratopedia pude darme cuenta de que es un señor intocable: cómo es posible que haya endeudado como endeudó a la ciudad, con unas obras que no se terminaron, y de todas maneras esté feliz y campante, mientras Judith está en la cárcel por la venta de un pedazo de tierra con la que no se enriqueció.

Dionisio Vélez Trujillo es uno de los responsables de una larga cadena de irregularidades por una fallida revolución de cemento que prometía mejorar el acceso a la salud de los cartageneros más pobres, en barrios y zonas insulares, con recursos de un crédito de $250.000 millones, que la ciudad todavía paga. Con esos recursos también se financiaron obras en vías y colegios.

Vélez no volvió a dar explicaciones públicas ni a hablar con la prensa desde que salió de la Alcaldía. En cambio, es visto en Cartagena como un personaje con teflón, porque siete años después solo afronta una sanción “nimia” por un pliego de cargos que la Procuraduría falló en noviembre de 2020 en su contra, mientras que otros exmandatarios afrontan sanciones más severas

LCC. La tercera figura política y a la que sí le cayó todo el peso de la ley en tiempo récord es Manolo Duque, procesado por corrupción. Cayó en desgracia por no “tener poder antiguo y real”, por no formar parte de “las familias de siempre”, dice. 

TG. Así como Manolo, hay otros casos de políticos que terminaron condenados en la cárcel o pagando casa por cárcel por cosas que personas como Dionisio Vélez, necesariamente, no hubieran tenido que pasar. 

Lo que pasó con Manolo no era la primera vez que pasaba y probablemente no fue la última vez. En el juego de poder de la ciudad, parece que se legitimara que el gobernante tome decisiones sobre quién es el contralor o la contralora. O que tenga aliados, contentos, en el Concejo. También que tenga a la prensa contenta para que lo deje actuar con facilidad y que su proyecto pase sin grandes conflictos.

¿Qué le está pasando a Dau? Está totalmente maniatado porque no tiene ningún tipo de conocimiento de cómo funciona lo público o cómo funciona lo político. Es un activista que entró con unas ideas a La Aduana, que son totalmente sueños y eso ha sido evidente en la foto actual de la ciudad: sin cabeza ni liderazgo. 

Según la Fiscalía, el alcalde Manuel Vicente Duque y su mano derecha José Julián Vásquez pusieron a andar un plan en 2016 para comprar los votos de los concejales a favor de la elección de Nubia Fontalvo, cercana a ambos, como contralora distrital.

Los concejales recibirían a cambio cargos y contratos, tanto en la Contraloría Distrital como en el Gobierno Distrital, informó en 2017 la Fiscalía, como parte de una primera fase de la investigación que terminó con Duque, Vásquez, Fontalvo y el entonces concejal Jorge Useche capturados. Ese mismo año fue detenida otra concejal.

LCC. Pero hacer acuerdos forma parte del juego político y no necesariamente es sinónimo de corrupción. El alcalde William Dau, por ejemplo, suele generalizar y asociar cualquier acuerdo con corrupción y eso termina generando un discurso puritano que también hace daño: “Yo soy el más perfecto, el más impoluto. Los demás no lo son”. 

TG. Exactamente, hacer acuerdos no necesariamente es corrupción. Claro, lo que se le demostró a Manolo sí es corrupción. Hay muchas cosas por entender aún sobre qué está pasando en la administración de Dau, más allá de su carácter egocéntrico o de lo que sale en las noticias. 

¿Cuál va a ser la ciudad que nos va a entregar este señor cuando se vaya? No sabemos qué tan hueco está el cascarón: según los funcionarios actuales, están haciendo unas tareas de saneamiento y reestructuración que parecían estar súper retrasadas. 

LCC. En su libro hay también un pequeño paralelo con Barranquilla. Mientras esa ciudad es la vecina boyante, Cartagena es la venida a menos. Sin embargo, esas pocas líneas dejan ver que esa realidad no es propiamente el modelo ideal, aunque en Cartagena un grueso sector piense lo contrario, ¿no?

TG. En Barranquilla lo han hecho muy bien en eso de hacer acuerdos. Han sido los reyes en mantener contentos a los que tienen que mantener contentos. La relación del poder se maneja en una esfera muy alta, y en esa esfera alta están los empresarios, funcionarios y periodistas o los que manejan la comunicación de ciudad.

Hay una zona de la ciudad en la que se ve lo que llaman el desarrollo: la pujanza de edificios altos, la ciudad de los parques. Mientras tanto, hay unos teatros que no terminan de abrir y hay una débil inversión cultural. La cultura solamente se entiende desde el Carnaval, el deporte y el Junior. Y para todo lo demás sigue habiendo silencio. Y ese silenciamiento de la cultura también hace que a la ciudad le sea imposible verse a sí misma. 

Hay una generación entera de jóvenes que llevan casi 20 años escuchando el mensaje de que todo va bien, que estamos chéveres porque el Carnaval de Barranquilla va para arriba. 

Me pregunto qué tanto todo eso es estar bien, cuando los indicadores sociales dicen que en Barranquilla, de todas maneras, sigue habiendo hambre; que de todas maneras en la periferia hay niveles de violencia altos. Hay sicariato igual que en Cartagena. Las cifras no son tan diferentes. 

Claro, cuando un cartagenero dice: ‘Yo quisiera que el desarrollo que se ve en Barranquilla se vea en Cartagena’, me imagino que de lo que está hablando es de la infraestructura. 

LCC. El texto tiene otra reflexión poderosa que dice: “Para pertenecer a los círculos del poder, esos que se jugaban los recursos de la ciudad como si fueran suyos y a quienes no les ponían barreras para entrar a ningún sitio, había que tener, o por lo menos aparentar tener, mucho dinero (…) ese poder no siempre se conseguía a través del trabajo duro y siguiendo las reglas, sino haciéndole trampa al sistema”. Sin embargo, si uno mira quiénes han gobernado la ciudad las últimas décadas, a partir de la elección popular, no encuentra, mayoritariamente, a representantes de las familias tradicionales.

TG. El poder de esas familias está en cuerpo ajeno y precisamente quienes terminan pagando los platos rotos son quienes ponen el cuerpo y no la plata. La rareza de Dau es que no representa a ninguno de ellos. No representa a nadie. De alguna manera, por eso no está funcionando su administración. 

Hay que hablar también de las organizaciones criminales, que son actores importantes en la forma como se ejerce el poder en Cartagena. 

LCC. El mismo alcalde reconoció hace pocas semanas que el Clan del Golfo se tomó la ciudad…

TG. Es verdad. Cuando la Alcaldía de la ciudad deja de tener sus propios ingresos, depende de los presupuestos que le asignan desde otro lugar y existen los poderes privados, las decisiones no son solo suyas. Dependen también de quien tenga la plata para montar sus estructuras económicas. 

Y el narco es uno de los actores más importantes en la ciudad. El narco tiene más poder que el alcalde y que, probablemente, cualquiera de los empresarios. No hay forma de que una ciudad, tan precarizada como Cartagena, tenga cómo enfrentar ese poder económico tan grande.

Estos grupos criminales no solamente están en la ciudad para controlar el puerto, como hemos leído en El Espectador o El Universal, están en todas partes. 

LCC. En el tercer capítulo, que se titula ‘La personalidad de los pelícanos’, menciona a los pelícanos de Bazurto: algunos están acostumbrados a recibir sobras de comida y otros están incómodos, intentando volar para buscar alimento. Sin duda, los lectores interpretamos allí una metáfora de lo que pasa con Cartagena en su doble rol de joya turística y territorio que no les ofrece suficiente a los suyos. ¿Interpretamos bien?

TG. Lo que yo estaba buscando con esta metáfora era cortar con esa idea de que nosotros, los cartageneros, somos esto o lo otro. En la pandemia leí sobre pájaros y me di cuenta que los pelícanos son pájaros muy promedio, con gran capacidad de adaptación.

Los del mercado de Bazurto pueden ser carroñeros, pero también están los de las Islas del Rosario que son pescadores o los del Acuario, que son pájaros domesticados: se ponen ahí para la foto, pero después se van. También está el pelícano, que se le rompió la alita y vive en el Aviario: es una hembra que ha aprendido a convivir con otras especies. 

Existen propuestas distintas de pensar la ciudad, muy pequeñas, con pocos seguidores y no tan populares, pero existen. 

LCC. Justo, menciona unas excepciones heroicas que navegan a contracorriente en “ese mar de corrupción y negligencia innavegable” que parece ser la historia reciente de Cartagena. Pese al apocalipsis permanente de esta capital, el libro cierra con esperanza por esos nuevos liderazgos. ¿Vislumbra un mejor panorama a mediano plazo para su ciudad?

TG. Sí, si hay líderes que están pensando en una propuesta de ciudad sin copiar un modelo ni en continuar con formas tradicionales de hacer las cosas. Hace unas semanas, cuando se estaba diciendo que era mejor cancelar las Fiestas de Noviembre, pensaba en que hay que capitalizar esa indignación. Cuando te indignas en colectividad, encuentras la posibilidad de que algo cambie.  

Te imaginas que se cancelaran las Fiestas y todos esos recursos se utilizaran para decir: ‘Estamos en crisis, esto es una bandera roja. Sentémonos a pensar la ciudad en los días que estaban pensados para la fiesta’. Esto es súper hippie de mi parte, muy soñador. 

Es una cosa que hizo Judith Pinedo, de alguna manera Dau también lo intentó: sentar a gente con diferentes perfiles a pensar la ciudad. Creo que ese ejercicio ayudó muchísimo para no estar trayendo modelos de otras partes o estar mirando hacia Barranquilla.  

Sin embargo, es probable que el próximo alcalde sea otro más de estos de los últimos años. Tampoco es que haya muchas opciones. El cambio no parece estar en esta generación, sino en la de un par de generaciones más adelante.

5 respuestas a “‘En Cartagena no existe un liderazgo en función de la ciudad’: Teresita Goyeneche

  • Excelente entrevista. Teresita desnuda la ciudad y nos hace entender cómo se ha administrado. Lo interesante es que hay personas pensantes como ella que puedan sacar a Cartagena hacia adelante. No hemos explotado sus potencialidades y grandes oportunidades que le puede ofrecer al mundo de hoy.

  • Qué buena entrevista, de veras he disfrutado leyendo. Teresita Goyeneche y Tatiana Velasquez son dos periodistas tremendas y comprometidas con su tierra. Intuyo que nos darán muchas alegrías en los años por venir. Gracias por vuestro importante trabajo.

  • Que mal no ser periodista, escritor, intelectual o por lo menos un buen lector para poder escribir simplemente bien. Digo esto porque no soy capaz de expresar en este escrito la felicidad, la esperanza , la motivación que me da conocer a estas mujeres tan deliciosamente pensantes y que quieren generar un cambio en cartagena. Yo aún me sigo partiendo la cabeza pensando de qué manera aportar para que cartagena cambie. Pero sigo en ello y sé que alguna manera encontraré.
    Mi opinión sobe Dau: lo primero, lo respeto. Porque ha sido valiente, porque hizo un primer intento de enviar un mensaje a los cartageneros de que hay comportamientos colectivos históricos que no debemos repetir, que la ética deben ser la base fundamental de nuestro actuar. Un cargo de poder (y más uno como la alcaldía de cartagena) requiere de entereza, de carácter y sobretodo contundencia en el discurso. No es un cargo para ser gris ni rosado, acá se es blanco o se es negro. Son cargos donde aceptar errores es ponerse la soga al cuello. Pero esto puede verse como egocentrismo, y tal vez lo será, pero para mí es un requerimiento implícito para desarrollar dicho cargo (Y también para la salud mental de quién lo ejerza). Dau no es perfecto, al igual que todos se ha equivocado, así como lo han hecho nuestros padres, nuestros jefes laborales, nuestros presidentes o nosotros mismos.
    Hoy más que nunca, si creo que las nuevas generaciones de Cartagena tienen como cambiar las cosas. Haciendo buen uso de nuevas herramientas (la denuncia en redes, marchando, cancelando lo que se debe cancelar, expresando su indignación pública) pero también desde el buen hacer, desde la acción, desde la educación, la disciplina. Alcanzando cargos públicos desde el mérito (el mérito no solo se da pasando un examen, también lo dan los estudios y experiencias que se aporten).
    Perdón, me emocioné
    Felicitaciones por tan excelente artículo..

  • Maravillosa respuestas de esta entrevista de Teresita Goyeneche. Mueven ese sentimiento dormido de quienes nos sentimos cartageneros. Felicitaciones a ella y a su s padres Fredy y Teresita por tremendo retoño.

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